Las tendencias literarias cambian con los tiempos y parece que en los últimos años, y con la que está cayendo en el presunto mundo desarrollado/globalizado, van ganando terreno los géneros introspectivos, esos que los teóricos engloban en las escrituras del yo, y donde conviven la autobiografía, la biografía, las memorias, los diarios y la correspondencia. A mis alumnos del taller 'La escritura del yo: basado en hechos reales', que imparto en La Torre de Papel de Ciutadella, les debe sonar bastante (espero) esto de situarse a sí mismos en el punto de mira narrativo. No son los únicos: los políticos actuales se lanzan a contar sus memorias casi todavía con la silla (que les ha enriquecido) caliente; memorias que supuestamente se deben a la verdad pero que lo único que pretenden es dejar una versión edulcorada de sus despropósitos y una justificación a sus, en general, tristes aportaciones a la (mala) gestión pública de este país (esto no es nuevo, ni siquiera han inventado eso). Los diarios íntimos, más infrecuentes, suelen aparecer de forma póstuma y son casi siempre pertenecientes a escritores o artistas relevantes, y las biografías, en las que alguien escribe sobre la vida de alguien, también proliferan en la secciones de no ficción de las librerías. Pero es quizá la autobiografía el género del 'yo' que más seduce, que más está mutando y que más interés despierta entre los autores y los lectores: la vida de uno escrita por uno mismo. Se presupone un pacto de veracidad pero, como siempre se dice, las normas están para romperlas, y los hay que trascienden el género y mezclan, desde hace décadas, esa aura de confesión de lo autobiográfico con la ficción, dando como resultado obras llenas de testimonios pero rellenas, en sus lagunas, de episodios inventados. A estos experimentos que surgen, creo, por pura necesidad, los han llamado falsas autobiografías, autobiografías ficticias, autoficciones y no sé qué más, y lo importante no es el nombre, es la emoción, el viaje. «Nada se opone a la noche», de Delphine de Vigan, «Memorias de África», de Isak Dinesen, «La rídicula idea de no volver a verte», de Rosa Montero o «Diario de invierno», de Paul Auster, son algunos de los ejemplos que hemos ido analizando en estas semanas de escritura del yo, y lo importante de todas ellas es que, cuando se trata de alta literatura, da igual que hablen los autores de ellos mismos, que sean ellos el narrador y el protagonista, lo importante, insisto, es que lo que te cuentan que les sucede a ellos te lleva siempre a preguntarte sobre ti mismo.
Cita a ciegas
Las escrituras del yo
08/04/14 0:00
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