TW
0

Un buen solomillo de ternera a la brasa lo cura todo. Desde un resfriado a un conflicto bélico. No sé si la felicidad es el apoteósico sabor del trozo de carne masticado mientras el sabor corre frenéticamente por el paladar pero seguro que sabe igual. En un mundo en el que estamos rodeados de conflictos, creo que se ha perdido la capacidad de dialogar alrededor de un buen manjar regado con su anestesia de Rioja que rebaja los humos y ensalza la amistad. En buenas dosis, claro.

Seguro que a ti te ha pasado, amigo lector. Quedas para cenar con algunos colegas y éstos, a traición, sin avisar y por la espalda, invitan a sus amigos. Por lo tanto, compartes mantel, con desconocidos. Los primeros compases de la cita son incómodos, tanteas al personal para saber hasta qué punto puedes hacer según qué bromas sin apuñalarle el alma a ninguno de los presentes -hoy en día somos demasiado aprensivos- y poco a poco se va rompiendo el hielo. No solo porque vas descubriendo afinidades sino porque el vaso, si la cena es de las que merecen la pena, se llena, se vacía, se rellena, se vacía, se rellena, se vacía... Urbi et orbi. ¡Hip!

Con el paso de las horas, la noche te va confundiendo y te surge un fuego en el interior que te despierta, extrañamente, una simpatía hacia aquel recién conocido. Dudas, por unos instantes, si has abusado de la comida y lo que tienes es un amago de cólico, pero luego, ya en la barra, acabas invitando a la primera copa. En algunos casos es para quedar bien y en otros, simplemente, porque le quieres dejar claro «al nuevo» que tú pinchas y cortas el bacalao en este grupo.

Noticias relacionadas

El alcohol, entre otras cosas, te atonta el mal humor y te hace ser más simpático. Si además, en el local suena la canción de moda, te vienes arriba y te marcas unos discretos pasos de baile para mostrar que tú también estás en la onda. Si en algún momento previo de la cena el Rioja se te ha ido de las manos, incluso te permites el lujo de hacer el ridículo contorneándote como si fueras un besugo fuera del agua. Pero en ese momento te sientes el amo de la pista, el «papi chulo» del local, el apóstol del ritmo y no te para ni el mismísimo Chuck Norris.

El ser humano es un maravilloso animal de costumbres y rara es la ocasión en la que ese nuevo conocido no acaba la noche abrazándote, compartiendo el éxtasis del momento y algunas copas de más mientras, ¡Hip!, os aseguráis una amistad eterna. Hasta el día siguiente claro.

Entre la amnesia etílica intentas recordar hasta qué punto hiciste el ridículo mientras repasas la noche anterior y te intentas convencer de que la culpa la tienen las nuevas amistades. Y ese delicioso solomillo, claro.

dgelabertpetrus@gmail.com