Hubo un tiempo en el que pasear al presidente por Sant Joan tenía premio. Multitud de cargos y aspirantes a serlo, incluso sus parejas y amigos, se arremolinaban en torno al Matas de turno para abrirle paso entre el gentío y hacer que, como Alí Babá, se le abrieran de par en par todas las puertas. Como si la excelsa hospitalidad santjoanera de los ciutadellencs no fuera suficiente. Había que acompañarle día y noche, enseñarle las palabras allavà y de dalt de tot, mancharse la camiseta de gin y sudor por igual y reír cualquier ocurrencia. Como si, de verdad, no fuera fácil hacerlo entre tanto bullicio. Pero, por lo visto, aquello era efectivo y meses después varios de estos consortes festivos recibían la llamada del teléfono rojo (o azul) y estrenaban despacho impoluto en Palma, Madrid o Maó.
Ahora que, por suerte, la crisis ha arrinconado estas prácticas, cualquier persona que merodee a nuestros cargos merece, como mínimo, el beneficio de la duda. No todo el mundo se mueve por interés.
De cul de bòtil
La llave que abre todas las puertas
Hubo un tiempo en el que pasear al presidente por Sant Joan tenía premio. Multitud de cargos y aspirantes a serlo, incluso sus parejas y amigos, se arremolinaban en torno al Matas
04/04/14 0:00
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