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En diciembre de 2013, un grupo internacional de investigadores liderados por Steven J. Portugal publicó en la revista «Nature» un interesante artículo sobre el vuelo de los ibis eremita. Este peculiar ave mide unos setenta centímetros de longitud y pesa aproximadamente un kilogramo. Actualmente se encuentra en peligro crítico de extinción lo que supone que su población se ha visto reducida entre un 80% y un 90% en los últimos diez años. El interés de los científicos se ha centrado en el viaje emprendido por un grupo de catorce ibis eremitas desde el zoo de Viena hasta la Toscana (Italia). Previamente, estas aves criadas en cautividad habían sido entrenadas para seguir a un ultraligero que formaba parte del equipo de investigación. Grabaron su posición, su velocidad, rumbo y aleteo durante un período de cuarenta y tres minutos. Las conclusiones han sido sorprendentes. El estudio ha descubierto que los ibis vuelan en forma de V para ahorrar energía mediante la posición de su cuerpo. La sincronización de sus movimientos se asemeja a una sinfonía perfectamente interpretada. El ave que encabeza el grupo comienza a aletear, continúa la siguiente del grupo y así, una detrás de otra, de forma gradual. Este mecanismo les ayuda a protegerse de las turbulencias y a conseguir una mejor ventaja aerodinámica. Quizá lo más sorprendente del estudio sea, sin duda, la capacidad de interacción entre los miembros del grupo para una mayor protección y estabilidad.

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La Administración de Justicia en el ámbito penal tiene un cierto parecido con las ibis eremitas. El Juez de Instrucción debe, al igual que la primera de las aves, encabezar el grupo para dirigirlo hacia su destino: el descubrimiento de la verdad y la identificación de los presuntos responsables. El resto de colaboradores deben seguirle en forma de V y aprovechar el aleteo del primero para iniciar el suyo y, de esta manera, lograr una perfecta estabilidad en el grupo. En ocasiones, el rumbo del Juez de Instrucción va más allá de nuestras fronteras y emprende un largo viaje cuya parada final está mucho más lejos de lo que cabría imaginar. Las aves lo llaman migración. Nosotros, los jueces, lo llamamos jurisdicción universal. ¿Qué significa esa expresión? La llamada jurisdicción universal es un principio jurídico que permite a un Estado enjuiciar penalmente ciertos crímenes, independientemente del lugar donde se hayan cometido y de la nacionalidad del autor o de la víctima. La justificación de este principio es doble: 1) ciertos crímenes son tan graves que atentan contra toda la Comunidad Internacional y, por tal motivo, exigen la colaboración de todos para su castigo; y 2) no deben existir paraísos de impunidad para quienes han ejecutado dichos delitos. Es cierto que la creación del Tribunal Penal Internacional en el ámbito de las Naciones Unidas ha mejorado el panorama en esta materia. Sin embargo, se trata de una solución poco realista pues su facultad de actuar depende de que los Estados reconozcan su jurisdicción lo que no ha ocurrido, entre otros, con Estados Unidos, China, Rusia, Cuba o Israel.

La legislación española ha sido pionera en materia de jurisdicción universal lo que le ha valido el reconocimiento internacional en la defensa de los derechos humanos. Esta lucha contra la impunidad de los crímenes más atroces ha llevado a los Jueces Centrales de Instrucción a investigar el asesinato del periodista José Couso en Irak, el asalto a la Embajada de España en Guatemala, el asesinato del diplomático español Carmelo Soria por la policía secreta de Pinochet, el genocidio saharaui o la persecución del grupo religioso Falun Gong por el Gobierno chino. Es cierto que estos procedimientos penales no tienen buenos compañeros de viaje y despiertan recelos por parte de los Estados afectados. Sin embargo, la persecución de estos crímenes constituye no solo una obligación legal, sino también ética. Y, precisamente, por esta razón no podemos caer en el error de considerar que se trata de causas perdidas pues, en definitiva, nos afectan a todos como partes integrantes de la Humanidad. Quizá sea el momento de recordar las palabras del Papa Pablo VI pronunciadas hace más de cuarenta años: «Si quieres la paz, trabaja por la justicia».