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Se fue Carlos Delgado. Genio y figura. Le gustaba definirse a sí mismo como un político sin complejos. Una virtud que deriva en defecto cuando uno se cree ungido por la verdad. De todos los consellers que ha tenido el Govern de Bauzá -que a este paso van a ser muchos- es probablemente el que ha hecho gala de un mayor centralismo mallorquín en su gestión.

Basta repasar la nueva ley turística o el decreto para la modernización de zonas maduras, entendidas ambas como una barra libre urbanística para quien esté dispuesto a invertir, para darse cuenta de que responden a las necesidades específicas del sector hotelero en Mallorca.

Tampoco en el diseño de la promoción turística se puede decir que haya tenido en cuenta las necesidades de Menorca. De hecho, ha sido el creador de Palma como quinta isla balear para dar más peso a Mallorca en las ferias turísticas. Y aunque el Govern se ha comprometido al traspaso de las competencias al Consell, habrá que esperar hasta el final del mandato para saber cómo se reparte el dinero y entender por qué se ha decidido mantener una agencia del turismo controlada desde Palma.

Su Conselleria ha puesto pegas hasta el final a la petición menorquina de flexibilizar, aunque sea de forma mínima, el alquiler vacacional, una modalidad de alojamiento que aunque disguste a los hoteleros atrae a la Isla más de 300.000 visitantes al año y reparte mejor los ingresos entre las empresas locales.

Como responsable de los puertos autonómicos ha aplazadosine diela adaptación del dique de Son Blanc para el tráfico de cruceros. No había dinero para Menorca pero sí para el nuevo Palacio de Congresos de Mallorca o el Palma Arena.

Al final, Delgado se va y toma el relevo su número dos. No se espera otra política, pero quizá sí un cambio de talante.