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Bello nombre de mujer, que podría titular desde un ritmo caribeño, hasta el nombre de pila de una política alemana incluida en la larga lista de ministros de la Grosse Koalition recientemente formada.

Pero no. En este caso «Mathilde» era el nombre de un mercante alemán que, cargado de madera, llegó al puerto de Mahón a finales de septiembre de 1914, días antes del trágico estallido de la Primera Guerra Mundial. Poco imaginaba aquella tripulación lo que les aguardaba. Practicamente toda ella -salvo el capitán, dos maquinistas y el fogonero- tuvo que incorporarse urgentemente a filas movilizados por su país, Alemania. El Capitán Waldemar Hermbrodt cuidó celoso su barco en un puerto neutral, viviendo cuatro largos años entre las gentes de una hospitalaria Menorca. Nunca lo olvidaría. Y consecuente, supo transmitirlo a su familia.

Cien años después, una de sus nietas María Hermbrodt, ha donado a la parroquia de Santa María de Mahón ocho campanas, que conforman una octava musical, en agradecimiento a aquella hospitalidad. Se da la circunstancia de que han sido fundidas en un monasterio benedictino fundado en 1093, puesto también bajo la misma advocación de la Virgen: Santa Maria Laach, hoy en el land de Renania Palatinado.

Mahón vivió intensamente la inauguración del campanario, sus notas, su conjunción con el monumental órgano de la Iglesia. «El sonido de las campanas llena las calles de Mahón» publicaba en portada la prensa local. Pero no quiero detenerme en una noticia bien conocida. Quiero reflexionar sobre diversas circunstancias relacionadas con este reconocimiento.

La primera: si hay una guerra injustificable, desencadenada por reacciones nacionalistas viscerales, de un desgaste enorme en vidas y en economías, de difícil explicación aun hoy a los cien años, esta es la Primera Guerra Mundial. Y lo malo es que, además, motivó la Segunda tras un forzado, engañoso e injusto Armisticio.

No merecían aquellos miles de soldados que dieron su vida en el Marne o en Sedan, que su sacrificio fuera baldío. No pudieron evitar que sus hijos viviesen otro cruel conflicto. Pocas veces pensamos agradecidos que dos diferentes gobiernos españoles evitaron que nos involucrásemos en ambos conflictos, cuando nuestra Historia está plagada de confrontaciones.

La segunda reflexión tiene que ver con Europa y su formación. Hablamos de unas campanas fundidas en un monasterio benedictino fundado en el siglo XI y trasladadas a una iglesia del XIV, remodelada en la primera dominación inglesa de Menorca. ¡Cuánto mensaje entraña el gesto claro exponente de nuestra cultura cristiana!

Por último resalto la importancia de ciertos valores. En esta sencilla noticia se habla de hospitalidad, de agradecimiento, de lealtad, de fe, de consecuencia. Cien años no fueron suficientes para borrar una deuda moral. La familia Hermbrodt, sabía que el mayor dolor de su abuelo fue entregar el barco que con celo había custodiado en puerto amigo , como botin de guerra. Esta familia había sufrido una nueva guerra entre 1939 y 1945, y las consecuencias de una derrota. Pero no se olvidaron.

El ser humano, el mismo que es capaz de desencadenar odios y conflictos, sabe también guardar lealtades y responder con generosidad. El «Mathilde» nos ha brindado un bellísimo ejemplo de ello.