Menuda pereza. Acabo de repasar el calendario y resulta que el sorteo del Gordo este año cae en domingo -mañana para ser concretos-, día del descanso. Yo, la verdad, es que así no puedo. El Señor dijo que el séptimo día servía para descansar, a excepción de los periodistas, y la verdad es que me viene bastante mal que me toquen un fajo de millones así a botepronto. Y lo digo muy en serio.
Imagina por un momento, amigo lector, que el único boleto que he comprado coincide con el esperpéntico chillido que soltarán los niños mutantes de San Ildefonso sobre las 12 de la mañana, en el mejor de los casos, y que me envía un Whatsapp un compañero de trabajo para comunicarme la noticia.
Los domingos, a esa hora, suelo tener la costumbre de hacer la siesta previa a la comida. La típica que se ha ido perdiendo con los años. No estoy yo para sacar el champagne, ir a la administración en pijama y pantunflas y emborracharme mientras los representantes de los bancos me atosigan para que ingrese el premio en sus arcas.
No es serio. Además, lo de que me ha tocado el Gordo me lo tendrían que comunicar con un par de días de antelación, para que no me diera un jamacuco, tener tiempo de pasar por la peluquería a arreglarme la permanente, darme «chapa y pintura» y empezar a pensar en qué puñetas me voy a gastar el puñado de millones que me correspondan.
Porque, entre tú y yo, acudir a los tópicos de «me daré algún caprichito», «irá directo a la hipoteca» o «servirá para tapar agujeros», suena rarete. Primero, porque si te dedicas a tapar agujeros literalmente con billetes eres idiota -Vale, broma mala y fácil- y segundo, porque con un par de millones de euros dan para cubrir todos los agujeros de los vecinos del bloque. «Me voy a comprar un Ferrari», «me agenciaré un chalet en Mónaco», «me iré a dar la vuelta al mundo el resto de mi vida» o «me pillaré una cogorza como un piano» serían respuestas más reales.
Pero un domingo por la mañana, la verdad, es que no tengo el cuerpo para según qué excesos. En este caso en concreto prefiero que no me toque y consolarme con aquello de «siempre nos quedará la salud».
Imaginate que soy uno de los agraciados y la celebración se me va de las manos. Lo duro que sería empezar la semana en el trabajo con resaca. Porque yo sería de los que si me toca, el lunes ficharía puntualmente en la oficina. Y un huevo. Feliz Navidad y suerte a todos.
dgelabertpetrus@gmail.com
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