Estos días salen a la calle asesinos y violadores en serie, al albor de la doctrina Parot, y todo el mundo se rasga las vestiduras horrorizado. Como si lo escandaloso solo fuera eso y no la sinrazón de imponer condenas incumplibles de cientos y miles de años a terroristas y criminales para luego ponerlos en libertad a la mínima.
Las leyes están para cumplirlas, aunque sean absurdas, pero el deber real de los políticos y legisladores es que dejen de serlo cuanto antes.
Como esta Constitución -en su día necesaria y ahora inmovilista- cuyo aniversario hoy celebramos y que, 35 años después, aún sigue amagando cambios sin hacerlos y se aleja cada vez más de la realidad que pretende regular. Con una Monarquía que, entre cacerías de elefantes y desfalcos -todavía presuntos- de duques e infantas, pierde credibilidad a pasos agigantados. Como esos gobiernos -antes del PSOE, ahora del PP- que hacen oídos sordos al clamor popular que se manifiesta en las plazas, y que no consiguen otra cosa que aumentar el desencanto y la abstención.
Y como esos sindicatos, en proceso de deslegitimación, que hace quince días hasta quisieron abortar en Maó la manifestación que habían convocado y vieron como medio centenar de personas salían a la calle en contra de su voluntad. Hay tanto hastío que ya nadie necesita cobijarse tampoco bajo sus siglas.
No hay nada casual en el 15-M ni en el proceder cada vez más anárquico y espontáneo de numerosos movimientos. Como no lo hay en la negativa del técnico encargado de cortar el cable que daba vida a la emisión clandestina de los trabajadores de Canal Nou.
No quisiera pensar que, en verdad, hacen falta más Pacos Telefunken, más manifestaciones, más corrupción y batacazos electorales para abrir los ojos a nuestros representantes públicos. Algo falla y su deber es cambiarlo. Pero ya.
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