Quien conozca la increíble mezquita cordobesa ,pienso que se alineará sin dudarlo con Emperador Carlos V cuando éste echó una sonada bronca al cabildo catedralicio de la ciudad andaluza, quien en 1523, a pesar de la oposición rotunda del ayuntamiento de Córdoba, le indujo a aprobar la construcción de una iglesia cruciforme en mitad del impresionante edificio, retirando a tal efecto 60 columnas para hacer hueco a la nueva catedral.
Carlos V, que durante su visita a la ciudad en 1526 se dio cuenta de la monumental cagada que, inconsciente (al parecer) del alcance de la misma, había permitido perpetrar, se dirigió en esos términos a quienes esperaban sin duda de sus labios una ferviente loa: «De saberlo, jamás habría permitido que para construir aquí algo que podéis encontrar por todos lados, hayáis destruido algo único en el mundo».
Dejando al margen consideraciones que a raíz de esta escena tan cinematográfica se me ocurren relativas, por una parte, al papel que juegan los credos en las grandes metidas de pata a lo largo de la historia y por otra al papel de las constructoras (la catedral de Granada no deja de ser una contrata) en la destrucción de la belleza a cambio de pasta, me viene inmediatamente a la cabeza el asunto de las rotondas.
Estando el Consell tan orgulloso como parece estarlo de lo que sostiene será la perla de la legislatura, y afirmando a tal efecto algo tan dudoso como que «la mayoría de los menorquines están a favor del proyecto», yo me huelo sin embargo que ambas afirmaciones son cuando menos dudosas.
Si la empresa se afronta para no dejar pasar de largo el dinero que el estado ofrece a tal efecto, se me ocurren otras maneras más sensatas de gastarlo (sanidad ,educación).
Si se hace para satisfacer una demanda social que muchos dudamos que sea mayoritaria, sería este un momento idóneo para abrir un delicioso melón de dulce sabor democrático donde los haya, como es el referéndum aplicado a decisiones locales dudosas que afectan de manera muy relevante a la ciudadanía en quien recaen, y si finalmente se hiciera para satisfacer las aspiraciones de una empresa constructora, ya me callo, pues en este caso sería de aplicación el lamento «con la pasta hemos topado».
De lo que no me queda duda es de que si el Emperador levanta hoy su cabeza coronada y dejando por unos momentos la paz de su sepulcro y se diera una vuelta por Menorca, podría pronunciar sin miedo a equivocarse aquello de «para levantar algo que abunda por doquier, destruís una isla única en el mundo».
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