He sido víctima de un chiste. Y me ha resultado gracioso. ¿A usted alguna vez le ha pasado? A ver si intuye dónde está la gracia.
Les cuento el chiste: «Son dos parejas en casa de una de ellas. Y están los hombres en el salón comedor contándose sus batallitas mientras van poniendo la mesa y, ellas le ponen el último toque de sabor a la cena. Uno de ellos le va diciendo a su mujer: -Amor, ¿dónde están la servilletas?; ¿Tocinito de cielo pongo la cubertería de la boda?; Corazón, ya está apunto la mesa sólo falta que vengáis. Su amigo le alaba el cariño que le profesa a su mujer: -Oye, qué gusto veros y oírte. Veo que sigues enamorado como el primer día, y eso que lleváis ¡14 años de matrimonio!Y le responde el «enamorado»: -Qué va, lo que pasa es que no me acuerdo de su nombre.»
Pues sí, cambiando los protagonistas y el lugar me ocurrió algo parecido. La escena es en unos de los bares que frecuento para ir -de vez en cuando- a desayunar. La friolera de 6 años que voy yendo a este bar con encanto desde el primer día que puse un pie en la isla. Me recarga las pilas. Curioso ambiente. Y en el trabajan personas que me han enganchado como el bar por ser auténticas, y sobre todo una de ellas, una mujer por ser tan linda por fuera como por dentro, es todo detalle. Es una amistad que ha ido creciendo en esas cuatro paredes estudiadamente decoradas. Algunas veces he ido sola con mis quehaceres; otras acompañada de amigos o familiares. La cuestión que iban pasando los días, los años... y ella me decía «guapa», «guapetona» y últimamente «campanilla», supongo por el corte de pelo y color que se asemeja a la hadita alada de Peter Pan. Y ¡me hacía gracia! Mi chico que alguna que otra vez ha hecho de comensal conmigo cuando salíamos del café me decía: - Qué bonita relación tenéis.
Hace poco menos de dos semanas fui esta vez sola y no había mucha gente en el local. Viene directamente con su sonrisa agradable y me dice: -Perdona pero llevo un tiempo diciéndote «guapa» hasta «campanilla» porque no me sale tu nombre. ¡Wow! Solo pude reírme y, evidente decirle mi nombre y hasta la procedencia del mismo. Y enseguida pensé que había sido víctima de un chiste. Experimenté tres cosas: 1. La quiero igual, no se me han caído los galones porque no recordara mi nombre. Elfeelingsigue siendo el mismo. 2. Por qué los humanos creamos barreras de vergüenza. Estamos en la vida para aprender. Siempre hay que preguntar lo que no sabemos 3. Nos montamos películas o historias que nada tienen que ver con la realidad que suele ser mucho más simple.
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