He tenido la fortuna de regresar por unos días a una de las zonas más bellas de los Alpes suizos. Gstaad y los valles que lo rodean forman uno de esos entornos privilegiados que hacen sentir a quien lo visita la alegría de habitar este planeta.
Curiosamente esa misma sensación me inunda cuando, paseando por el Camí de Cavalls, aparece allá abajo de pronto, recortado entre los pinos, el luminoso azul y los increíbles turquesas de las calas vírgenes del sur menorquín: «Cómo mola -me digo en esas circunstancias- ser terrícola, no haber nacido en plena glaciación, y además estar aquí y no en un atasco o en Kabul por ejemplo».
Y es que Menorca y Gstaad tienen algo en común: son edenes. También tienen algo que les diferencia: el cómo se gestionan sus respectivos paraísos.
En ambos casos sus habitantes han mostrado interés por mantener su privilegiado entorno lo más parecido posible a como les fue legado por sus ancestros.
¿Cómo enfocaron este reto los habitantes de Gstaad?
- Comprendiendo enseguida que su valle era tan apetecible para cualquier visitante como para ellos mismos, establecieron un límite estricto al consumo de territorio, sabedores de que matar la gallina de los huevos de oro es más fácil de lo que parece.
- Definieron unas reglas claras e inflexibles: toda nueva construcción debería tener la estructura clásica y el aspecto de los chalets típicos de la zona, y esto quiere decir que incluso el equivalente a nuestro Mercadona tiene allí hoy día el aspecto externo de un chalet tradicional. Como detalle anecdótico, un puesto callejero de tentempiés instalado en el centro tiene también el atractivo formato de chalet de madera, aunque venda hot-dogs o chicken nuggets.
- Ya que limitaban la cantidad, apostaron por la calidad, atrayendo así la inversión dirigida al segmento alto del turismo. Sabedores de que quien está dispuesto a pagar más, exige más, cuidaron todos los detalles, desde el mantenimiento esmerado de la jardinería hasta la exquisitez del mobiliario urbano, por no hablar de la intachable limpieza.
- Crearon estaciones de esquí envidiables, con medios mecánicos, restaurantes, señalización y accesos impecables.
- Mientras conservaban casi intacto el paisaje, recuperaron, mejoraron y señalizaron una extraordinaria red de caminos y senderos ideales para hacer excursiones en cualquier estación del año; mantuvieron en primavera y verano abiertos selectivamente algunos de los remontes y servicios para posibilitar a los menos atléticos el disfrute de panoramas inolvidables. Con ello la temporada se alarga prácticamente a casi todo el año.
- Peatonalizaron íntegramente el centro del pueblo; construyendo túneles que bajo él conducen el tráfico de una parte a otra. Hicieron aparcamientos más baratos cuanto más alejados del centro. Quien quiere aparcar a dos pasos de la calle central, lo paga.
- Mantuvieron la economía tradicional de la zona, basada en el vacuno y la madera, con lo cual los pastos, las granjas, los bosques contribuyen a mantener la belleza del paisaje y el bienestar de los habitantes.
Quizás el excelente resultado fue posible porque sabían lo que querían, y encargaron la materialización del proyecto a políticos competentes que lo implementaron (la democracia directa, basada en referéndums se lo pone difícil a los espabilados y a los ineptos).
Quizás Menorca nunca tuvo un proyecto; quizás políticos no tan competentes han ido dando palos de ciego, muchas veces acuartelados en una ideología de catecismo que dedicó su munición a disparar contra opciones como Torralbenc, por ejemplo, mientras permitía inane que se colase de rondón el turismo de masas, con la consiguiente depredación del territorio a cambio de poco. Tampoco se ha conseguido, ni mantener sano el campo, ni respetar la idiosincrasia de enclaves significativos (puerto de Mahón por ejemplo).
Ahora estamos a punto de que una serie de desproporcionadas rotondas acabe con la posibilidad de imaginar que habitamos un sitio único.
Cambian los gobernantes pero sigue faltando un proyecto global de excelencia que ponga en valor y proteja de forma inteligente nuestro increíble patrimonio.
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