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La problemática de la inmigración origina espontáneos y naturales sentimientos humanitarios (incluso el llamado buenismo) pero a menudo se olvida del necesario realismo que aconseja la evidencia. Efectivamente es muy buenista, incluso romántico, el deseo de que todos debemos aceptar a cuantos emigrantes lleguen a nuestras costas como pretendía aquel famoso papeles para todos del olvidable ministro socialista. Pero seamos sinceros ¿es eso siempre posible?

Muchos recordarán cómo reaccionó nuestra isla y cuántos comentarios originó el hallazgo de una patera abandonada hace unos pocos años en la costa sur de Sant Lluis.

Preguntémonos ¿qué pensaríamos los menorquines si comenzaran a llegar docenas y docenas de pateras con cientos de inmigrantes? ¿Qué pasaría si llegaran casi todos los días? ¿Qué pasaría si viéramos nuestras calles llenas de personas desconocidas deambulando en busca de comida? ¿Qué pasaría si Menorca se convirtiera en una nueva Lampedusa? ¿Cuál sería la reacción de los menorquines? ¿Qué resultados mostraría en la Isla una imaginaria encuesta sobre esta situación? ¿Sería su resultado políticamente correcto o mostraría sorpresas devastadoras para aquel buenismo?

Es fácil rasgarse las vestiduras y mostrar solidaridad desde el cómodo sofá de tu casa cuando ves las desgracias ajenas en la pantalla del televisor. Incluso más fácil es hacerlo cuando el problema no te afecta directamente porque te pilla lejos. Pero ¿estaríamos dispuestos aquí a cambiar nuestra forma de vida tradicional y soportar a toda una marea humana si arribesin a boldros?
De acuerdo, nadie desea que ninguna persona se muera de hambre (ni que sufra o muera en alta mar), nadie desea que grupos humanos sufran las atrocidades de la pobreza más extrema pero, y más allá de las demagogias al uso, ¿debemos, nosotros, los europeos, los menorquines, sentirnos responsables directos de la miseria de todo el tercer mundo? ¿Debemos aceptar la entrada indiscriminada de todos los que quieran venir? ¿Y si son millones? ¿Debemos sentirnos responsables por las aventuras ajenas?

La pobreza que origina y/o justifica la emigración masiva hay que combatirla en su origen. No se trata de reactivar el «Domund» pero es allí donde hay que aplicar programas de desarrollo masivos, es allí donde hay que forzar a sus dirigentes, muchas veces corruptos, a crear riqueza para sus pueblos.

Incluso hay que derrocar las dictaduras que impiden su desarrollo. La solución no es, por tanto, aceptar la entrada de miles, millones de emigrantes a Europa sino, una vez rescatados y aseguradas sus vidas, ayudarles solidaria y eficazmente para que puedan vivir en sus propios países.

Caso contrario, de persistir la entrada indiscriminada a Europa, se generalizará el ejemplo de los socialistas franceses quienes, en una decisión sin precedentes en una ideología que predica la solidaridad universal, han decidido expulsar ya a determinados grupos étnicos.

Una sobrina mía acaba de llegar estos días a Australia. Ha necesitado un pasaporte de estudiante para entrar. La inmigración en aquel país está plenamente regulada y solo está autorizada en determinados casos. Los no regulados son expulsados. Tienen una especie de numerus clausus que sirve para equilibrar lo autóctono y lo foráneo.

Las culturas deben defenderse ante invasiones que pueden alterar las costumbres y tradiciones de un lugar. Dejémonos de demagogias buenistas y ayudémosles en sus países. ¡Ya!