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Carlos García da Mata estaba mirando a través de la ventana de su habitación en una humilde posada de La Baixa (Lisboa) cuando decidió que era mejor dormir en la cárcel que en la calle. ¿Cómo había llegado a esta situación? Hacía cuatro años era camarero en el Algarve. Ganaba un buen sueldo. Tenía propinas. Luego llegó la crisis. El desempleo. La soledad. Después de varios años, había perdido la esperanza de encontrar otro trabajo. ¿Quién iba a querer a un viejo enfermo de 64 años? Apenas podía moverse bien. Su pensión de 240 euros no le daba ni para pagarse la habitación. El casero le repetía todas las mañanas que le iba a echar. Tenía miedo. Nunca había vivido en la calle. Eso era cosa de mendigos. No de trabajadores. ¿Cómo había llegado a esta situación? A la mañana siguiente, se acercó a una tienda cercana a la pensión y tiró una piedra al escaparate. Se sentó a esperar a que llegara la policía. Estuvo en calabozos durante dos días. Sin embargo, el juez lo dejó en libertad. Nadie ingresaba en prisión por una infracción leve. «Pues haré algo más gordo», pensó. Al día siguiente, fue a una sucursal bancaria, se puso a la cola y, cuando llegó su turno, le entregó un papel a la cajera que decía: «Estoy desesperado. Voy armado. Denme 5.000 euros en billetes de 50». La cajera le dio 3.000 euros. A falta de un plan de fuga, Carlos cogió un taxi. A los pocos minutos, el taxista recibió una llamada de la policía. Tenía que llevar a Carlos de nuevo al banco. «No me importa que me atrapen» pensó, «solo quiero un techo para poder dormir». De nuevo, el juez lo dejó en libertad y lo mandó a realizar trabajos en beneficio de la comunidad. Su plan no había tenido éxito. No había conseguido ingresar en prisión. ¿Cómo había llegado a esta situación?

Cuenta la leyenda que Luis XVI escribió «Nada» en su diario el día que estalló la Revolución Francesa. Durante muchos siglos, se ha tachado de imbécil al Rey Sol por no haber imaginado que, después de la toma de la Bastilla, las cosas le irían de mal en peor... ¡hasta perder la cabeza en la guillotina! Sin embargo -como decía el filósofo rumano Cioran- «si ello es cierto, todos somos imbéciles, pues ¿quién podría jactarse de haber distinguido el comienzo exacto de su propio desmoronamiento?». Estoy seguro de que el pensionista portugués -al igual que todos nosotros- no supimos ver que la crisis hipotecaria de Estados Unidos iba a llegar a nuestras costas arrasando como un ciclón todos los fundamentos de nuestra sociedad. En los últimos cinco años, hemos asistido a un proceso de "desorientación generalizada" que ha situado a muchas personas fuera del lugar que ocupaban en la sociedad. Antes de la crisis era impensable que un parado de clase media fuera a pedir comida a un banco de alimentos. Tampoco podíamos pensar que un abuelo fuera a mantener a una familia entera con el dinero de su pensión. Resultaba imposible vislumbrar que habría casi 23.000 personas viviendo en la calle. O que tres millones de españoles vivirían con menos de 300 euros al mes.

El caso de Carlos García da Mata representa, sin embargo, un cambio de valores más profundo. Se trata, en definitiva, de una persona que prefiere dormir en la prisión antes que enfrentarse al frío inhóspito de la crisis. Esta historia demuestra -y esto es lo más crudo- que la libertad tiene poco valor cuando no se tiene ni se puede conseguir el mínimo aporte económico que permita llevar una vida con dignidad. ¿Qué ha ocurrido para que un pensionista tenga que tomar esta decisión? Tenemos la obligación de encontrar respuestas a esta pregunta pues de ello depende nuestro futuro como sociedad. ¿Podemos permitir que la crisis obligue a una persona a buscar refugio entre los muros de la cárcel? Quizá sea el momento de recordar las palabras de Azaña: «la libertad no hace felices a los hombres; los hace, sencillamente, hombres».