Hoy se celebra la «Extrem man», una durísima prueba que, junto a la «Escola de Salut Pública» del Lazareto, ayuda a «desestacionalizar» la temporada. Sientes admiración por esos hombres y mujeres que corren, nadan y pedalean, tras duros y extenuantes entrenamientos. Para ti, ya resulta un es- fuerzo sobrehumano arreglar el parche de la bici, tirarte al agua en verano o correr un kilómetro sin que te coja flato...
Decimos, de las personas exageradas: «és un extremat». Es cierto que la mayoría pecamos de sedentarismo, pero una cosa es quemar calorías...y otra ser como «Robo Cop».
Bueno, estaba pensando en esto y en que solo me quedan 10 años para pagar lo de Cesgarden, cuando me ha dado la impresión de que los extremismos no son únicamente deportivos. Estamos asistiendo a un ascenso imparable del «Extrem Man», en ámbitos de la vida social bastante más funestos y peliagudos.
En España esto no es nuevo. Sentimos, vete a saber porqué, una extraña fascinación por los extremos, satanizaciones y maniqueísmos de todo tipo. En 1921, Ortega y Gasset (que era un filósofo, y no dos, como suelen pensar algunos) hablaba sobre «la acción directa». No creer en el Parlamento, ni en las leyes, ni en las instituciones. Solo en la voluntad de hacer nuestra voluntad, sin tener en cuenta para nada, la voluntad o las realidades ajenas. En el fondo de esta actitud radical, anida el odio o desprecio hacia cualquier prójimo que no sea de los nuestros. Y la tribu, suele ganar por goleada a la tribuna.
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