Mis abuelos maternos. Juan Ameller Ameller y Juana Pons Masanet. Foto Hernando ( archivo Margarita Caules) - Archivo Margarita Caules

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Pasadas las fiestas, tal cual los huevos pasados por agua, de los cuales me llamba la atención que mientras iban bailando en el cazo de aluminio, repleto de burbujas, se iba rezando la oración del Creo en Dios padre todo poderoso…. Cenar de ou passat per aigo , lo instauró a modo de tradición, mi abuela sa migjornera , la víspera de san Juan. Me veo frente los fogones de su espléndida casa planta baja en la calle de la República Argentina en Ciutadella. Aquel año de 1952 era el primero que lo desgranaba con fluidez. Había hecho la primera comunión y era requisito indispensable saberlo de carretilla.

Hermosa casa la de mis abuelos, allá en Ciutadella. Me gustaría conocer el nombre de su arquitecto, persona con buen gusto, lo que hoy llamaríamos funcional, práctica, amplia con todo su menester en unos momentos que no se precisaba de "jacuzzis" y mil tonteries més. Fue de las primeras de la nueva barriada o urbanización colindante con la amplia avenida del paseo de San Nicolás. Actualmente convertida en esquina con la de Gustavo Mª Mas, a un paso del paseo de los Pinos, Mallorca, Madrid.

Aquella República Argentina, desconocía el asfalto, en su suelo se encontraban multitud de piedras, alguna roca, confundidas entre la tierra, más bien arenosa que hizo que s'àvia, pusiera en la entrada un saco donde nos restregábamos los pies, la alfombra no daba abasto. Imagínense cómo debió ser en los días de lluvia, auténtico fango que ensuciaba las baldosas, de las llamadas finas, cuando la mayoría de casas las tenía de barro cocido. También fueron de los primeros en el lugar que les describo, que se decantaron por los materiales más modernos.

Con el permiso de todos ustedes, mis queridos lectores, a los que agradezco su lectura, permítanme que en este día me deleite con aquella casa familiar. Cuánto me gustaría ser la escritora Julia Navarro, ella lo haría genial, yo procuraré hacerlo sencillo y que se entienda. La casa de mis abuelos para mí, que no feia s' alsada d'un ca assegut, venia a ser parte muy importante, donde había vivido mi madre, la que conocí, llevándome a acariciar muebles, puertas, especialmente los pestillos, como si fuera a toparme con sus manos. Pura fantasía infantil, un delirio callado, mezcla de añoranza, puro romanticismo.
La casa, de estilo modernista, de planta baja con una amplia alcoba en cada lado, cuatro espléndidos dormitorios de matrimonio, amplio comedor con un ventanal de cristaleras acrisoladas que badaven dins sa porxada , ésta se comunicaba con un huerto y a la vez jardín donde ella, mi abuela Juana cultivaba con muy buena mano toda clase de flores e infinidad de macetas. Entre ellas las cintas en tonos verdes ribeteadas de blanco que llamaba, cintas de novia.

Mi abuelo, payés de toda la vida, sembrava de tot. Patatas, tomates, cebollas, ajos, recogiendo sabrosos frutos en el estío. Berenjenas, pimientos, tomates, melones y sandías.

El espacio conocido por porxada era amplio con su mesa y varias sillas de lona, una especie de asientos que en Mahón jamás vi, llegando a ser muy populares. Al pasar por la Contramurada, la mayoría de vecinos los tenía en la calle para tomar el fresco. Me gustaban aquellos asientos, han tenido que pasar cincuenta años para verlas en el resto de ciudades menorquinas.

Sa porxada, daba a una amplia habitación la cual solía chafardear. Levantaba la tapadera de la pastera donde se hallaban los panes para tomar volumen o como decía mi abuela Juana aquí tornen grossos, también volvían grosses ses coques de sant Joan.

Que le cocían en el horno del Rancho.

Aquel espacio mezcla de almacén o rebost, siempre lo consideré precioso, muy bien aprovechado. Muchos estantes con sus bien alineados botes de conserva de todas clases. Otros con arrope y otros tantos de salsa de tomàtiga. En uno de los rincones los sacos de harina, de arroz y azúcar. Latas de uso propio para la cocinera que no supe jamás qué contenían, al no poderlas alcanzar. Hubo una vez, que lo intenté subida en lo alto de una silla, una de las patas va fer figa y me caí, la cual cosa me hizo prometer entre lágrimas y suspiros entrecortados producidos por el susto, no volverlo a hacer jamás, cumpliendo mi palabra.

En el suelo varias canastas, unas con patatas para comer, otro con patatas con brua para sembrar, cebollas, cajones con habas para ser peladas y otro tanto de almendras esperando llegara el otoño con sus largas noches, sentándose mis abuelos junto a aquel ventanal, pelándolas una a una. Una vez desprovistas del grueso abrigo según me decía l'avi Joan Ameller (no Ametller como se me inscribió en el registro, dando a entender que no soy nieta de l'amo de Son Tari, ni hija de mi madre que nació y falleció como Juanita Ameller Pons). Asunto que don Fernando…. Conocido del mecánico de la motora, nos aconsejó solucionáramos, ha pasado el tiempo y sin saber por qué continúo con la -T- a cuestas. Asignatura pendiente que debo solucionar antes de mudarme de casa. Ho he d' aclarir.

Hago punto y aparte situándome de nuevo en aquella estancia.No puedo despedirme sin citar es canyissos, unos con higos secos y otros con tomates que mi abuela guardaba con mimo para el frío invierno. Le escuché comentar que los preparaba como si fuesen buñuelos, después de desalarlos tal como hacía con el bacalao. Los freía en abundante aceite, muy caliente hinchándose convirtiéndose en bunyols.

Iba a marchar sin citar aquel techo. Jamás he vuelto a ver ninguno de tan lleno, entre ristras de ajos, tomates de ramellet colgados en su correspondiente corona de alambre, e infinidad de embutidos. No voy a mentir, por San Juan quedaban pocos, algunas poltrús y poco más. Sería a partir de noviembre que aquellos clavos de las bigas se irían llenando de nuevo.

Todas estas cosas y muchas más acudieron a mi mente el día de la patrona, mientras la lluvia a ritmo de xec, xec, que no Francisco... iba mojando a los numerosos concurrentes de calles y plazas de nuestra ciudad de Mahón, no se precisaba de parasoles, pero sí de paraguas para acallar la ducha que desde el cielo nos llegaba. Mientras los pies se iban empapando entre la mojada arena que debió ser la protección de los caballos, unas fiestas diferentes, como escribía más arriba pasadas por agua, dándome la oportunidad de vivirlas plenamente con el cariño de mis amigos, los contertulianos que jueves tras jueves nos encontramos jugando a la brisca, mientras los maridos se debaten al dominó.

Y cuando creía que había dejado de lado la casa de la República Argentina, reanudé el recuerdo mientras Marola y Mª. Luisa iban sirviendo una espléndida comida en la casa de sus hijos Xavi y Paca. También ellos gozan de un porche donde se contempla un jardín con flores y mucho verdor. Una casa llena de encanto y de vida gracias a Emma, Pol y Noel.

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margarita.caules@gmail.com