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Y encima tienen las narices de poner cara de cordero degollado y preguntarse por qué no les han dado los Juegos Olímpicos o qué han hecho mal. Lo único que está a la altura de su cara dura y su desfachatez es la rapidez con la que olvidan que la mayoría de los jilgueros y jilgueras que pululaban estos días por Buenos Aires están relacionados oficial o extraoficialmente con asuntos de corrupción, y de los gordos. Empezando por el presidente. Lo más coherente, la verdad, sería preguntarse por qué puñetas se los iban a dar.

Empezando por el ridículo que protagonizó Ana Botella. A su esperpéntico 'inglish patinglish' solo le faltó la aparición de un folklórico con acordeón y una cabra en un taburete bailando al son para haber firmado el mayor ridículo de la historia, desbancando a su marido y su "estamos trabajando en ello" tuneado con un acento yankee ante Bush y Blair en la cumbre de las Azores. La alcaldesa de Madrid parecía víctima de una sobredosis de felicidad mientras recitaba las virtudes y el ya archiconocido "relaxing cup of café con leche in Plaza Mayor". Quizás pasó factura ese exceso de euforia, ese ímpetu a la hora de actuar como una especie de Mary Poppins volviendo perjudicada de un after hours.

Puede, por como somos los españoles, que a los miembros y miembras del Comité de Madrid 2020 se les olvidara algo tan sencillo como leer los valores que defiende el Comité Olímpico Internacional a través de los Juegos Olímpicos. Allí quizás hubieran descubierto uno de los múltiples puntos flacos de su candidatura. Querer acoger unos Juegos mientras en tu país uno de cada cuatro habitantes está en paro, casi uno de cada cuatro políticos debe lidiar con la sombra de la sospecha de la corrupción y recortas sin piedad en educación y sanidad, es idiota. ¿Todavía pensamos que la culpa la tiene el COI? Así nos va...