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Es una de las ocho afirmaciones que, como bienaventuranzas, proclama Jesucristo en el evangelio de san Mateo. Indica el camino de la felicidad mesiánica a todo aquél que se apresta a contribuir con su esfuerzo al bien de la humanidad. Es la meta a la que se llega tras la satisfacción que produce en el corazón humano conseguir una determinada aspiración, que es vista como valiosa por todos, para la generalidad de pueblos y naciones. Camino y meta del conjunto de las bienaventuranzas. También se podría afirmar de cada una de ellas.

Hablamos de un abanico de realidades, generadoras de sentido, propuestas por el Señor para todos y como un programa de vida para sus seguidores. En ese abanico se halla la paz como deseo, como necesidad y como compromiso personal y colectivo. El género humano produce de modo simultáneo conflicto y sosiego, guerra y paz. Al mismo tiempo que el trabajo constante de muchas personas se dirige a la ayuda, al servicio pacificador y a la reconciliación, otros parecen empeñados en provocar agresividad, violencia y enfrentamiento. Estamos en permanente búsqueda de paz y vivimos el conflicto. Lo percibíamos en años anteriores y nos ocurre lo mismo en la actualidad. Cambiamos de marco geográfico pero permanece el triste marco relacional. Aceptamos, por supuesto, la legitimidad que el conjunto de los países se ha concedido para solucionar las situaciones conflictivas y la función desempeñada por los distintos organismos internacionales para proteger la democracia, las libertades y la paz.

Ante el conflicto de Siria y sus constantes amenazas recíprocas de magnificar la opresión y la muerte, el papa Francisco levanta su voz para reclamar el diálogo entre las partes enfrentadas y para construir una paz sólida y duradera. Es una petición que los anteriores pontífices también han realizado. Siempre oramos a Jesucristo, Príncipe de la Paz, para que la lleve a todos los corazones del mundo; que aquellos considerados como hombres y mujeres de buena voluntad acepten, sin ningún género de dudas, el respeto al otro, la fraternidad de todos los seres humanos sin la pretensión de imponer la violencia por intereses, conveniencias o gustos nacionales, étnicos o tribales. Lo concreta mucho más el papa Francisco con la petición a todos los cristianos para que se unan con él en la oración y el ayuno para detener este conflicto entre hermanos. Ha habido y hay demasiado sufrimiento y miles son ya los refugiados, los expulsados, los heridos y los muertos. Los cristianos además estamos obligados a pedir al buen Dios que permita que florezca la paz entre pueblos y naciones; que nadie se erija en juez que decrete la aniquilación de una de las partes contendientes o la muerte del más pequeño ser humano de la tierra; recuerda una y otra vez que la violencia engendra siempre más violencia, que algunos remedios pueden llegar a ser peores que la misma enfermedad. Por ello apela con insistencia al diálogo y al perdón.

Puede parecer pequeña la petición, pero para los cristianos es fundamental la mirada al Cristo crucificado y la oración en beneficio de la humanidad; es también complementario el ayuno como parte del sacrificio personal a favor de nuestro prójimo.

Reconocemos la admiración que muchísima gente expresa por los gestos y palabras del papa Francisco. Esperamos que esta petición universal, en este caso centrada en Siria, proclamada desde su interior dolorido y que desea llegar al corazón de todos los cristianos, sea escuchada y aceptada en consecuencia. Mucho más por parte de los cristianos. No queremos señalar culpables ni es momento para analizar causas y consecuencias. Solamente deseamos que las relaciones humanas se basen en el respeto al otro, en la libertad personal y en el reconocimiento de la dignidad de todos los seres humanos. Que nunca los intereses económicos o de permanencia en el poder primen sobre la persona y sobre el conjunto de la población. De ahí nuestras oraciones por todos: por las autoridades, por los perseguidores, por los perseguidos, por los que trabajan por la paz, por los que atienden necesidades personales de todo tipo…

La noticia de esta petición del papa Francisco se ha extendido con rapidez por todo el mundo. Nuestra diócesis desea colaborar con ese mismo espíritu evangélico de trabajar por la paz y promueve en todos los templos y lugares de culto una oración por la paz en este sábado 7 de octubre. Seguramente es lo más significativo para un cristiano que no interviene directamente en el conflicto. Os invito a la participación de todos. En la Catedral nos reuniremos ese mismo día a las 19.30 horas.

Hoy más que nunca necesita nuestro mundo personas pacíficas y pacificadoras. Además personas que oren insistente y ardientemente por la paz. Es, por supuesto, una necesidad el trabajo por la paz en sus múltiples niveles. Si nosotros lo hacemos así, seremos llamados por el Señor "los hijos de Dios".

Ciutadella, 5 de septiembre de 2013