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Debe de ser cosa de la edad que, para comprenderlo mejor, recurramos a lo que escribió Milan Kundera: "La lucha del hombre contra el poder es la lucha contra el olvido". Pienso que hay una especie de entendimiento en la casta política para tapar el agujero negro de los cuarenta años de historia franquista y dictadura. En una situación de normalidad democrática al menos deberían tener la decencia de respetar a todos aquellos que hicieron lo posible para crear una cultura digna de una democracia.

No quiero ser parte del reino de los desmemoriados y, si tenemos que celebrar las conmemoraciones, ahora quiero recordar que pronto hará cincuenta años que conocí a Josep Antoni Pons Roca y desde entonces mantengo con él una sana relación de amistad. Ésta empezó cuando él se desplazaba a Maó con su madre y de paso se llegaba a saludar a Joana Vives. En el proyecto comercial de Joana yo por aquel entonces estaba trabajando y así conocí a Josep Antoni. A partir de aquellas fechas y durante años, estuve visitándole en su pequeña oficina del carrer del Seminari, donde encontraba también la simpatía de su hermano Nan y recibía amablemente el saludo de su padre.

Para comentar la trayectoria y el compromiso cultural de Pons Roca sería necesario dedicarle un mayor estudio en que se especificara lo que significaba la cultura de la clandestinidad y se divulgara en qué consistía la cultura totalitaria franquista en esos años de la historia de Menorca. Cierto es que, allá por los sesenta, nacía una cultura de oposición al régimen y de resistencia. En esas circunstancias se debe abordar y debatir lo que significaron las JJMM, los cine clubs y el ámbito de tolerancia que supuso para diversas iniciativas el Ateneu de Maó.

Cuando, en tiempos de muchas dificultades e intransigencias, jóvenes, estudiantes y trabajadores -unidos todos en la zona de abajo y a la izquierda-, empezamos a organizarnos en la clandestinidad, era reconfortante moralmente el saber que había personas de mayor nivel cultural y prestigio profesional que compartían nuestras posiciones antifascistas. Era como decirles a los compañeros que no estábamos solos y que contábamos con importantes apoyos en esa lucha. De esa manera sentíamos la solidaridad de Francesc Martí, Jaume Vidal, Albis, Yato, Josep Pons Caules, Llorenç Pons Capella, Joan Seguí, Josep Seguí y de tantos otros a los que mantenemos en nuestra memoria colectiva.

Ahora, en pleno verano, se podría recordar la venida de una de las personas más entrañables que he conocido, Climent Garau. Con su desembarco, en un ya lejano agosto de 1973, dio el pistoletazo de salida a la Obra Cultural Balear en Menorca. El amigo Pons Roca recibió la visita y mostró la simpatía que nos suscitaba la OCB, fundada entre otros por Francesc de Borja Moll, y nuestro interés en formar la delegación de esta organización en nuestra isla. Desde aquel momento, cada vez, que celebrábamos un acto en Menorca, teníamos en cuenta a nuestro amigo ciutadellenc, y año tras año, cada vez que venía un conferenciante a Maó, me preocupaba de pasar por Ciutadella a saludar a nuestro gran amigo. Aquella visita ritual era como una garantía ante nuestros visitantes de que también en la Isla contábamos con personas de talla cultural muy sólida y de un serio compromiso con la transformación social a través de la cultura.

Hoy en día en que deambulan per ahí tantos profesionales de la cultura, muchos de ellos solo preocupados por rellenar las casillas de su currículum vitae, me adhiero al homenaje que se está rindiendo al amigo Josep A. Pons Roca. Lo hago así, de manera muy sencilla, desde una posición de rechazo a todas las instituciones que prefieren colaborar y callar a todos los recortes sociales y culturales. Esto se puede cambiar, pero desde el compromiso y desde la unidad de las fuerzas políticas.