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Celebramos este año el III centenario del tratado de Utrecht (1713-2013). Sus repercusiones para Menorca fueron importantes, puesto que, dada la importancia estratégica (entonces, en época de la navegación a vela) de Menorca, estuvimos en mesas de negociación, en el toma y daca diplomático durante todo el siglo, lo que supuso que ¡nada menos! cambiamos de bandera cinco veces.

No me voy a sumar a esas reflexiones colectivas de que si los ingleses beneficiaron o no a Menorca, tan del gusto de politólogos de salón y políticos de vario pelaje, aficionados a estos debates, como también a las rotondas, los hermanamientos y las consignas como esa de "tu papel es importante" escrito en los contenedores de basura, cartel que en mi periplo caminero a Santiago he podido leer en todas las lenguas del Estado.

Las relaciones internacionales en la Edad Moderna

De lo que voy a hablar aquí, por tanto, es del modelo de las relaciones internacionales que se derivaron de Utrecht y que explican ese trasiego de casacas rojas por el rectángulo de, aproximadamente, 45 x 10 Km que es nuestra Balear Menor.

Desde el Renacimiento, en el que aparecen los estados-nación con sus fronteras, moneda, lengua y religión propias (casos notables sobre todo de la Monarquía Española, Francia y Gran Bretaña) se hace necesario el establecimiento de relaciones internacionales. El primero que envía embajadores a las nuevas estructuras políticas, fue el Papado. Por esa razón, aún en día, el llamado "Nuncio de Su Santidad" sigue siendo el decano del cuerpo diplomático en todos los países.

Las relaciones internacionales desde entonces se basaron en lo que el historiador Renouvin denomina "modelos". El primero de ellos (siglos XV-XVII) se basaba en el concepto de "potencia dominante", es decir, la que, según expresión de la época, "daba la ley a la Europa". Primero lo fue España con Carlos V y Felipe II, luego, tras la paz de Westfalia en 1640, la Francia de Luis XIV tomó el relevo, iniciándose el declive del Imperio Español.

Esta situación basada en la citada "potencia dominante" permaneció vigente hasta Utrecht, tras cuyo tratado, la Gran Bretaña, verdadera vencedora de aquello que se denominó "Guerra de Sucesión al torno de España", la cual entronizó en nuestro país a los Borbones, que de momento siguen reinando, estableció un nuevo concepto en la diplomacia: el de "equilibrio entre potencias" representada desde entonces hasta ¡nada menos! que 1815 (año de la derrota de Napoleón) por la fórmula acuñada por el profesor Palacio Atard: "España + Francia = Gran Bretaña", que duró hasta 1808, año en que la invasión de España por los ejércitos napoleónicos significó una inversión de alianzas: España + Gran Bretaña = a Francia.

Las consecuencias del Utrecht

La doctrina del equilibrio propugnada por Gran Bretaña funcionó en tanto que éste no se rompía. En ese momento surgían los conflictos, derivados precisamente de lo que podríamos llamar "los defectos de Utrecht", puesto que aunque pretendiendo una estabilidad teórica, el tratado de 1713 no fue otra cosa que una "pax Britannica". Surgieron por tanto, casi de inmediato, numerosos conflictos (Guerra de Sucesión al trono de Austria, de Polonia, la Guerra de la Oreja de Jenkins, la Guerra de los Siete años, la derivada de la defección de Inglaterra de las Colonias Americanas de América del Norte, etc. etc.

Los conflictos antes citados, iban desprovistos de ideología, correspondían a ambiciones territoriales de los Príncipes y la razón de Estado sustituyó a la pasión provocada, por las guerras de religión del siglo anterior. Nace así pues, el concepto de "Guerra Limpia" frente al de "Guerra Sucia" de la pasada centuria. La Guerra se convierte en cosa de profesionales, se prohíbe el maltrato a la población civil (en Menorca a la llegada de las tropas españolas en 1781, se ahorcó a cuatro soldados del Regimiento de Ultonia por robar en una viña) y también, bajo pena de muerte, que los propios civiles intervinieran en el conflicto (los guerrilleros eran también ahorcados inmediatamente de su captura). Por último en el contexto de ese "fair play" y en aras de la filantropía universal que predicaban los Ilustrados, se trataba de evitar al máximo la efusión de sangre, sustituyendo las batallas campales por sitios de fortalezas, en las cuales al soldado se le pedía más sudor que sangre.

La figura del general en jefe también cambiará en este contexto: al "carnicero" de antaño, que no le importaba autorizar los saqueos de ciudades o mandar a sus soldados a la muerte con tal de alcanzar la victoria le sustituye el que en palabras de la época se denominaba "le general de bonne foi" mucho más comedido y que procuraba ahorrar vidas aunque para ello hubiera que esperar más tiempo para obtener el éxito. Alguien así, por ejemplo, era el melifluo duque de Crillón, sin embargo siempre, en todos los tiempos, queda algún acorde disonante en relación con las tendencias habituales. Y si no que se lo pregunten a los cientos de soldados muertos del regimiento francés de Cambis, cuando les explotó una mina en el asalto al fuerte de la Reina en el castillo de San Felipe de Mahón, enviados por un impaciente mariscal de Richelieu.

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