Quizás no tiene sentido hablar del auge de la vulgaridad cuando el paro y la corrupción dominan el panorama hispánico. Quizás todo vaya ligado; una parte de la sociedad española se ha podrido y ello se refleja no solo en el fondo sino también en las formas.
Escribía hace diez años Vicente Verdú una columna en "El País" en la que señalaba que la desvergüenza, la ordinariez, la vulgaridad se habían convertido en la epidemia más vistosa a comienzos del siglo XXI.
La denuncia de Verdú de que los espectáculos utilizan la grosería para atraer la audiencia no ha hecho más que empeorar en los diez años que han pasado.
En una retransmisión del Tour de Francia que escuchaba un domingo por radio a través de una angélica cadena nacional, la peña de comentaristas iba soltando vulgaridades como si estuvieran en la barra de un bar: "Me cago en diez,", "macho", "capullo", "es un puto crack", "mamón"... En solo veinte minutos dijeron estas y otras lindezas.
Recuerdo en mi infancia que cuando los locutores entrevistaban a los deportistas y toreros estos apenas sabían expresarse. Hoy en día, parecen mucho más educados ellos que los periodistas carajilleros que comentan sus hazañas.
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