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Estos días, y como consecuencia del caso Cesgarden, se habla mucho de asumir responsabilidades. El conseller Cristóbal Huguet habla, en nuestra edición de hoy, de investigar, abriendo el abanico a los ámbitos de la política, judicial y de los técnicos y a nivel económico. Hasta ahora nadie ha asumido culpa alguna. El cruce de acusaciones entre el gobierno del PP y la oposición del PSOE y PSM ha sido intensa y previsible, además de reiterativa en los argumentos. Ahora, el Consell ha encargado a una empresa externa para que determine a quién son imputables los posibles errores. El culebrón va para largo.

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El caso de Cesgarden es el más importante ocurrido en Menorca por la cuantía de la indemnización, pero no es la primera vez que ocurre una situación similar. Ni en la Isla, ni en Balears ni en la Península. Todo ello me hace dudar sobre si muchas de las personas que acceden con ilusión a un cargo público son plenamente conscientes de la trascendencia que pueden tener sus decisiones de gobierno. Está el asesoramiento de los técnicos, sí. Pero también existe una responsabilidad como político a la que es difícil escapar. Y ahí es donde algunos se esconden a la hora de admitir sus fallos ante la sociedad, aunque los hechos puedan no ser intencionados. Es en estos momentos cuando debería aparecer el adjetivo responsable. Según el diccionario, en sus dos primeras acepciones -y dejando de lado el tema penal- dice: Obligado a responder de algo o por alguien, y que pone cuidado y atención en lo que hace o decide. Esto es lo mínimo que se debe exigir y tener muy claro cuando uno se presenta en una lista electoral. Va con el cargo. Parece que las cosas ocurren porque sí o que la culpa la tiene otro. Por ello, y admitiendo que todo el mundo puede equivocarse, se buscan personas responsables