En mi país, al presidente del gobierno lo acusan directamente de cobrar en negro, y por lo tanto de cometer un delito, y se esconde como un cobarde, cuando no anda ofreciendo ruedas de prensa a través de un televisor. En mi país, un padre que ha matado a sus dos hijos pequeños escucha sin pestañear el veredicto del jurado popular que lo declara culpable. En mi país, la casa real se aprovecha de su privilegiada condición para rellenar delictivamente hasta el máximo unas arcas que ya nos encargamos los ciudadanos de a pie de nutrir sin que nadie nos pregunte si nos parece bien, mal o regular. A veces, yo ya no quiero que mi país sea mi país y aborrezco todo lo que le rodea.
En mi país, si robas muchos millones de euros siendo el presidente de una entidad financiera a la que exprimes económicamente mientras va cayendo en un pozo sin fondo, se te recompensa con una pensión millonaria y vitalicia, por los dolores de cabeza ocasionados y por los servicios prestados, mientras que si eres una madre soltera, en el paro y sin recursos, y la urgencia y la necesidad te llevan a comprar algunos productos básicos con una tarjeta de crédito que no es tuya, y cuyo propietario declina denunciarte, la justicia se ciega en que acabes en la cárcel.
En mi país, las personas quieren trabajar y los que mandan se empeñan en facilitar las condiciones de despido. En mi país, los turistas llegan con la sensación de que pueden hacer lo que les plazca, de que no hay ley, y de que España se resume en paella, sangría, playas y ¡olé! Aunque para ello luzcan sombreros mejicanos. En mi país, un futbolista gana más en un mes que 500 profesores de escuela de Primaria. El primero entretiene, el segundo se encarga de formar a las personas del mañana. ¿Dónde está la lógica?
En mi país se devoran revistas del corazón mientras los libros se aburren olvidados en la estantería. En mi país, los que mandan se han empeñado en enseñar con jarabe de porra, mientras no escuchan. En mi país, la derecha y la izquierda política están intoxicadas, viciadas y acomodadas en un círculo vicioso en el que cuando no manda una manda la otra hasta los siglos de los siglos.
En mi país, estas y otras palabras caerán en un saco roto, deshaciéndose como el papel mojado sin que hayan servido para nada. Como si no las hubiéramos escrito o, peor aún, como si nunca las hubiéramos pensado. En mi país, yo ya no soy habitante de mi país.
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