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Alguno quizás se pregunte por qué vengo escribiendo esta sarta de artículos cargados en no pocas ocasiones de reproches y mala uva. Puede que no sea este un mal momento para abordar la cuestión.

Desde que en la mili tuve que plegarme sistemáticamente a la voluntad de personas que en algún caso no tenían mayor calidad humana, moral o intelectual que yo mismo, y me vi obligado a la anuencia sistemática por el hecho de ser razonablemente consciente de cuan crudo lo tendría si cuestionaba decisiones ajenas, mi organismo se hizo sensible (posteriormente alérgico) a la arbitrariedad no necesitada de justificación. Todo ello lógicamente acabó por instalar en mi ánimo la suficiente frustración y mosqueo como para modelar un individuo encabronado que intenta aliviar el sarpullido a golpe de artículos con vocación cáustica.

Tengo la constante e incómoda sensación de que un nada desdeñable número de políticos que influyen diariamente en mi vida y la vida de mis coetáneos carecen de cualidades identificables que les habiliten para gobernarme. No veo Mandelas o Gandhis en mi entorno. Veo Cospedales y Griñanes. Me fastidia por tanto tener que plegarme sumiso a sus decisiones, que en muchos casos son desconcertantes, cuando no oportunistas y tramposas, manteniendo además durante años un perfil bajo por temor a significarme, y con ello "ganar amigos" en todos los espectros del arcoiris político (tengo un restaurante, y en este ámbito significarse entraña un riesgo cierto, ya que muchos sienten como afrenta personal las críticas dirigidas a los partidos de su cuerda, sin llegar a valorar si la crítica contiene o no elementos certeros).

En este espeso caldo de cultivo nace mi voluntad de poner de manifiesto con mis escritos que ni yo ni la mayoría de las personas con las que convivo somos tan idiotas como al aparecer se nos supone, y tiendo a denunciar en los artículos la sandez y la venalidad que se oculta tantas veces tras una gruesa capa de consignas insustanciales teñidas de ideología de cartón piedra.

Porque, me pregunto ¿ignoran los políticos por ejemplo (y sin ir más lejos) que las listas abiertas serían más democráticas que las cerradas, aunque sean más incómodas para su sistema de adhesión de voluntades serviles dispuestísimas a comulgar con ruedas de molino, bajo la sombra del famoso aforismo "quien se mueve no sale en la foto"? Yo creo que lo saben perfectamente. De hecho no lo niegan, pero tratan el tema como algo que sin duda se habrá de afrontar antes del apocalipsis, pero no ahora. Nosotros, por nuestra parte nos enteramos perfectamente del engaño, como reses resabiadas que somos, aunque no nos sirve la experiencia para evitar tomar tantos pares de banderillas como decida recetarnos sin demasiado miramiento el diestro, pues ya sabemos que una vez amo del ruedo, considera que tiene carta blanca durante cuatro añitos para hacer su faena.

Que sepan nuestros queridos gobernantes que nuestros sensores también detectan sin problemas los innumerables montajes a base de trampantojos de dudosa calidad, que nos preparan a diario. Sus plumeros son habitualmente visibles contra lo que muchos de ellos piensan. La intención de mi pataleo es poner esto de manifiesto.

Una vez justificada mi quizás estéril y sin duda desigual batalla, me pongo en modo cordial (cuando los valores de serotonina crecen, también puedo ser un ciudadano conforme) y declaro mi agradecimiento a la alcaldesa de Mahón y su equipo por haber hecho realidad por fin el ascensor, que nos está ya facilitando la vida a muchos usuarios del puerto. También quisiera agradecer al equipo del PSOE en el Ayuntamiento de Mahón la realización de una encuesta rigurosa que ayudó a esclarecer algunos extremos que la rumorología había alejado de la realidad de los hechos en cuanto a los efectos de la peatonalización. Quisiera asimismo resaltar la agilidad mostrada por el señor Botella y la Autoridad Portuaria a la hora de poner en marcha el plan "Remueve" (jardineras por coches), que confiamos aporte otro granito de arena en la implementación de una imagen más positiva y atractiva del puerto.

Y en el apartado "Las cosas como son" quisiera comunicar mi satisfacción al constatar (gracias a una conversación con Simón Gornés) que el departamento de arqueología no sería uno de los candidatos a incluirse en el catálogo de "prescindibles". Se me ha aclarado que durante la ausencia del titular, el despacho ha continuado activo en manos competentes, y he conocido la importancia de las funciones que cumple en orden a la protección y puesta en valor de nuestro patrimonio arqueológico.


Mis sospechas de que no se pueda decir lo mismo de un gran número de oficinas y cargos dudosos siguen no obstante en pie. Y con este último comentario vuelvo (como cabra al monte) al modo huraño del que me gustaría sin embargo tener algún día motivos fundados para salir definitivamente (y si es posible no con los pies por delante).