Llegó tarde –don Mariano– a una recepción oficial del Cuerpo Diplomático, cuando ya todos los embajadores ocupaban sus asientos ante el soberano ruso. Para no perturbar la regla palatina, el duque de Osuna –que por filiación completa era don Mariano Francisco de Borja José Justo Téllez-Girón y Beaufort-Spontin, embajador de España en la corte del zar Nicolás II– se despojó de su capa de armiño, hizo con un par de dobleces un rebujo –cojín, en términos domésticos– y se sentó sobre ella. Al terminar la sesión, cuando un ujier le devolvió la relegada capa, el diplomático madrileño la rechazó displicente de forma tan inequívoca como elegante: "Un embajador de España no acostumbra nunca a llevarse los asientos..."
El acto de presentación de las cartas credenciales, podría ser considerado una de las ceremonias más solemnes de la vida diplomática. En la esfera cotidiana, la más a mano percibida, lejos de esas costumbres y esplendores que regulan la confraternidad entre países amigos, se formalizan igualmente otros actos protocolarios de urbanidad, más moderados sin duda, en ámbitos militares, eclesiásticos y civiles; bien sea por costumbre o por decreto o tal vez por ambas influencias a la vez.
Un novicio colaborador en la prensa escrita se avino a cumplimentar, por auto exigencia de una debida atención que no podía ni debía postergarse, al director de un rotativo que, aún sin conocerle, le acogía con benevolencia en sus páginas desde hacía algún tiempo. Tras saludarse, el director con una amable alocución que, acaso por certeza y reiteración, expresaba con fluidez académica, le espetó, pese a tratarse de una charla informal, algunas consideraciones que aún intuidas convenía recordar...
Le habló de la veracidad; y del respeto a las personas e instituciones; también de la independencia, consanguínea de la libertad, que tiene su demarcación en la línea ideológica de la editora del periódico. Y por último le habló del nudo gordiano que, a juicio del principiante, fue la guinda del pastel... Lo deseable –sentenció el ejecutivo– es escribir cuando se tenga algo que decir… Matiz exacto. Y que –ese algo– fuere del agrado del lector, pensó el novel; en la forma…, que precisa de ingredientes nada fáciles de adquirir: razón, orden, tono y normativa; y en el fondo…, que de lograrse, nadie habría de discutir... ¿Así de fácil…?
Grandes articulistas interceden desde el pasado de su obra, que es su legado, sobre tan delicado y generalizado tema. Julio Camba declaraba en ingeniosa frase crecida de humor: "Yo me encierro en un cuarto con un poco de papel. Allí comienzo a hacer esfuerzos y el artículo sale... Unas veces sale fácil, fluido, abundante; otras sale duro, difícil y escaso, pero siempre sale…" El ampurdanés Josep Pla, pronunciaba a su vez con desenfado: "Me siento frente a una mesa, ante una hoja en blanco, tengo una pluma y un tintero y, sin haber pensado en nada, me pongo a escribir... Y sale lo que sale, naturalmente…"
En fase de plena aceptación, cuando uno se refugia en sus propias limitaciones, se comparte con cierta relajación la siguiente confesión, aún a sabiendas de la "bendecida" pluma de su autor: "Estaba en casa y tuve la intención de escribir un artículo, pero enseguida se me presentó el compromiso más severo ¿Escribir sobre qué…?" La paternidad de la reflexión hay que buscarla en un dramaturgo de ochenta y seis años. Escritor con más de medio siglo cotizado que, sin abandonar su pipa , su pluma y sus libros, con valorada sensatez revaloriza a diario ese arte tan arduo de juntar palabras con cierto empaque y solvencia... Y es que, a la postre, quien no se conforma con "teñir" su propia idea de las cosas, con particulares coloraciones, es porque no quiere... ¿No creen? Por cierto, nuestro personaje se llama: Josep María Espinàs.
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