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Discrepo profunda y radicalmente del escrito de un buen y viejo amigo mío publicado originalmente en el "El País ("Ácratas lingüísticos" era su título) y reproducido después en estas mismas páginas porque considero que contiene afirmaciones inadecuadas por falsas o directamente exóticas.

Dejando aparte los ataques gratuitos a la ideología liberal (cosa hasta cierto punto natural en quien milita en la exquisitez de la corrección política izquierdista cocinada al dente) y centrándonos solo en las ideas culturales, me permito unas anotaciones desde mi personal punto de vista.

Defender la cooficialidad de las lenguas regionales en toda España es una solemne tontería cuando existe una lengua común (y constitucional) que todos hablamos y todos entendemos perfectamente (al menos hasta ahora). Regresar a aquella ridícula imagen de un Senado donde dos andaluces se comunicaban mediante unos pinganillos es un escrache a la eficacia y un homenaje a la memez supina.

Afirmaciones del tono "La epidemia de modalidades lingüísticas pretende romper la unidad de la lengua catalana e imponer el predominio del castellano en las comunidades bilingües" solo pueden producir asombro si no son leídas desde el compincheo ideológico de una socialdemocracia uniformada e inclinada hacia un rancio nacionalismo. Defender las peculiaridades de nuestro dialecto "menorquín", apoyar las características del habla que nos han transmitido nuestros padres, no significa querer imponer otra lengua. Significa simplemente eso: querer preservar el "menorquín". Es del género estrafalario que quien defiende las variantes / modalidades lingüísticas isleñas (nuestros históricos mallorquín, menorquín, ibicenco…) lo que en realidad quieren es seguir imponiendo el castellano / español. ¿Qué tienen que ver las churras con las merinas? De verdad, ¿a qué nivel de tontería y obcecación nacionalista hemos llegado?

Defender lo que nos personaliza, lo que nos caracteriza y lo que hemos heredado de generaciones anteriores no tiene nada que ver con defender ninguna otra lengua: simplemente es defender nuestro yo. Han transcurrido ya demasiados años de inmersión y de acatamiento al nacionalismo más rudimentario para que no veamos con claridad los resultados obtenidos con esa política. Aparte del fracaso educativo evidente y de no haber logrado imponer la idea de que aquí en las islas "hablamos catalán", se ha facilitado la confusión lingüística. Cualquiera que quiera verlo puede comprobar cómo nuestros propios hijos, enseñados en una inmersión totalitaria ajena a nuestra tradición, están perdiendo el uso de nuestras palabras más queridas. El "doncs" apabulla al "idò".

Aquí hablamos variantes del estándar pero no aquel estándar. Y defender nuestras propias características es prioritario para que no desaparezcan en un mar de centralismo lingüístico. Las lenguas no las dictan ni las forman los lingüistas ni los políticos sino el pueblo.

No deja de ser chocante y chirriante que los defensores de la ruinosa autonomía política que padecemos, los defensores de la máxima descentralización del estado sean a su vez los máximos defensores del centralismo lingüístico. La cosa no cuadra. ¿O sí cuadra? ¿Los radicales centralistas lingüísticos no son en el fondo envenenados secesionistas a favor de utopías imposibles? La cultura no debe justificar los deseos de secesión de algunos. La lengua sirve para comunicarse, no para separar.

Aunque ciertas opiniones se nutran de dogmatismos culturales trajeados con certificados de intelectualidad, ya no cuelan. Vamos a ver ¿sois partidarios de defender la personalidad menorquina o queréis que la isla se diluya en otras formas de ser y hablar ajenas a nosotros? No es posible estar en Misa y repicando. Pedro, ya sabes que no puedo estar de acuerdo contigo. Lo lamento. Un abrazo sincero.

Nota:
- Unas alucinantes y falsamente pedagógicas declaraciones a este periódico del subdirector de "La Vanguardia" han mostrado en todo su esplendor la corrupción moral que reina en la prensa catalana. Sí, esa que fue capaz de unificar totalitariamente un editorial común en defensa de la idea política que les abreva y les nutre, y nunca en defensa de la libertad de la discrepancia. Todos saben que si los medios catalanes no medrasen al amparo de la subvención política estarían forzados a cerrar. Una sociedad se mide por la libertad de sus medios de comunicación. Lo que pasa hoy en Catalunya solo se entiende desde la genuflexión de los medios ante el poder.