En contra de las teorías económicas que sostienen que cualquier tiempo futuro siempre será mejor -el crecimiento infinito, como el universo- aparecen cada días más opiniones y testimonios. Se ha puesto de moda el verso de Jorge Manrique, "cualquier tiempo pasado fue mejor". No es difícil comprender que cuando vivimos épocas de grandes dificultades volvamos la mirada a lo que fuimos y a lo que teníamos. La memoria se transforma en añoranza y crece el sentimiento de que con otros líderes las cosas nos irían mejor. En el PSOE se añora a González y en el PP a Aznar, en el Madrid a del Bosque, y un día en el Barça suspirarán por Guardiola o incluso por Cruyff.
Lo de Aznar de ayer ha sido espectacular. La directora de informativos de A3 le pidió titulares y los ha dado en cada frase. Ha repartido a casi todo el mundo, menos a su yerno por el regalo de boda envenenado. Ha dado una reprimenda a Rajoy -y no es la primera vez- por ser un heredero que no cumple sus promesas. Incluso ha especulado con volver, como un salvador de la patria. González no se ha atrevido a insinuar ni tal solo su retorno a su partido, a pesar o quizás por la crisis que le atenaza. Ambos representan las voces del pasado, el reducto espiritual de lo que fueron. Cuando hablan son como el oráculo de Delfos. Se resisten a quedarse en los libros de historia.
Nos hemos acostumbrado a las polémicas efímeras, a las cortinas de humo, a los debates entretenidos, a los comentaristas fijos y de ideologías definidas. Los titulares que todo ello provoca no despejan el horizonte. Y mientras andamos metidos en la batalla dialéctica, también en educación, el presente, que es lo único que se puede cambiar, se muere de aburrimiento.
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