Mueren las personas. Algunas muy queridas, otras conocidas y otras solamente famosas. De estas últimas, se habla y escribe mucho durante varios días. De lo que fueron o significaron para nosotros, aunque no todo el mundo las valore igual…ni las echemos igualmente de menos.
En la aventura, entre azarosa y necesaria, que es toda vida humana, Tirso Pons formó parte del paisaje de la Transición y la recuperación de las libertades en Menorca; Sara Montiel fue una estrella de gran belleza, que llegó a brillar en Hollywood junto a Gary Cooper; Margaret Thatcher ganó una guerra, creía en el capitalismo salvaje y en las bondades de la desregulación del mercado…lo contrario que José Luis Sampedro, que también ha muerto recientemente, a los 96 años de edad, dejándonos una predicción sobre el final de este sistema deshumanizado y la llegada de uno nuevo, que todavía nadie es capaz de definir.
Si se estimula la producción y el consumo con créditos irracionales, acaba por llegar la insolvencia. La rueda que se retroalimentaba, a base de confianza especulativa y optimismo contagioso, se detiene y, al abrir los ojos, aparece lo que nadie quería ver…
Sampedro hablaba sobre la muerte (rememorando a Jorge Manrique) como un río que acaba por diluirse en el mar. Y decía que él ya notaba la sal. Le tocó sufrir una Guerra Civil con 19 años, y estuvo en los dos bandos. Este tipo de heridas en propia carne, no se cura nunca. Te deja desgarrada la conciencia y el alma para siempre. Nunca dejó de pensar, con extraordinaria lucidez, ni de buscar la verdad en el fondo oscuro y profundo de la mina. Platón y los Beatles, dirían "en la caverna".
Puede que se encuentre con San Pedro a las puertas del cielo. El agnóstico y el creyente, cara a cara. Ya sabemos que, en general, nos falta fe y nos sobra miedo, pero a la entrada del paraíso tendrán en cuenta algunas frases suyas: "Poner el dinero como bien supremo nos conduce a la catástrofe" o "Por qué voy a estar triste, si estamos rodeados de milagros". El conjunto de su vida y de su obra, incitan a la honradez y la coherencia.
Sampedro era crítico con muchas cosas, porque amaba a sus semejantes. Poco apegado a las posesiones materiales, solo consideraba imprescindible el afecto. El que das y el que recibes. Esa es la clave que se esconde tras una mirada lúcida, cuando observa un mundo loco e insensato. Que pone tantas cosas, por delante de lo fundamental y necesario.
Obsesionados por el lujo y la acumulación de riqueza, nos olvidamos de cuidar aquellas cosas simples sin las cuales no hay futuro. Tierra, fuego, agua y aire. Los mismos elementos primigenios que formaron el planeta.
Un periodista le preguntó, una vez, cumplidos 94 años, por el invento de la modernidad que más le gustaba o destacaría. Y aquel viejecillo frágil, de metro noventa de estatura, aspecto quijotesco, seco, huesudo y algo sordo, le contestó con una lógica propia de su edad y destilada sabiduría:
- El ascensor es un gran invento.
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