Es una costumbre. Cada noche antes de entrar en casa me quedo un rato mirando el cielo. Si está nublado o llueve, mala suerte, aunque igualmente intento imaginar que ocurre más allá del manto negro que envuelve mi particular parcela del espacio que libremente me he adjudicado. Pero cuando el firmamento se presenta con todo su esplendor me quedo hipnotizado ante esa inmensa masa oscura plagada de puntos brillantes y mi mente echa a volar.
Hace poco recordé que los científicos vaticinan que la Vía Láctea chocará con su hermana gemela Andrómeda. Tranquilidad. Se calcula que este espectáculo ocurrirá dentro de unos 7.000 millones de años. Para entonces, quién sabe qué habrá sido de nuestro planeta y de las especies que por aquí campamos. Después de darle vueltas al tema, y en una asociación de ideas, apareció la pregunta sobre la existencia de los universos paralelos. Si esta teoría es verdad, ¿qué estará pasando al otro lado? y ¿dónde está la puerta? Miro fijamente una estrella muy brillante. Seguramente ya no existirá. ¿Y si 'alguien' también me está mirando? Decido que es hora de retirarme.
Esa noche soñé con las 'Voyager', esas sondas espaciales que desde hace 36 años navegan hacia lo desconocido. En estos momentos, están a punto de dejar nuestro sistema solar, si no lo han hecho ya. Yo estaba con ellas -no me pregunten cómo- y al volver la vista atrás la Tierra era como un grano de mostaza. Al frente solo había oscuridad. El despertador sonó y fin de mi aventura. Mi universo cotidiano empezaba de nuevo.
Al primer revolcón que me dio el día, respiré hondo y cerrando los ojos pensé: "Tranquilo Pere... esta noche volverás a viajar con las 'Voyager'".
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