Ya saben la gran manipulación, a todos los niveles, que estamos sufriendo. Y la principal herramienta para intentar engañarnos y presentarnos una (falsa) realidad, que solo les conviene a los que mandan, es el lenguaje.
Todos hemos oído como llaman crisis a la gran estafa, como le llaman quitas al robo de las preferentes, como llaman flexibilización del mercado laboral a la defensa de la esclavitud, como llaman reformas a la privatización de servicios básicos, como llaman nazis a los movimientos pacíficos ciudadanos, como llaman indemnización diferida al hecho de haber tenido un tesorero que atesora millones de euros en Suiza, como llaman democracia al hecho de votar cada cuatro años a unas listas cerradas, como llaman programa electoral a un papel con el que se limpian el culo, como llaman rescate bancario a lo que es un atraco a manos llenas, como llaman privilegios a los derechos, etc.
La lista del uso obtuso e interesado del lenguaje es casi infinita, así que para no hacer este artículo más pesado que una digestión de polvorones en agosto, vamos a centrarnos en un concepto concreto, la culpa.
Les suena, por cansino, como se hartan de decirnos que la culpa de lo que está pasando la tenemos todos, que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, que nos creímos lo que no éramos, que hemos jugados a ser nuevos ricos olvidándonos de que siempre hemos sido pobres, que este país está lleno de vagos y sinvergüenzas, pero que a pesar de todo ellos ,los poderosos, harán lo posible para sacarnos de esta situación aunque en el fondo no nos lo merezcamos, chúpate esa, lo listos que son, o que se creen.
No solo han privatizado los beneficios y socializado las perdidas, sino que además quieren privatizar los méritos y socializar los errores. Dicho de otro modo: cuando se gana ganan ellos solos, cuando se pierde perdemos nosotros solos. Cuando se acierta el mérito es de ellos y cuando se equivocan la cagamos nosotros.
Les juro que ni Maquiavelo era tan retorcido.
Y les ha funcionado, queridos lectores, han conseguido que interioricemos que la culpa es nuestra. Si alguien está en el paro es que es un vago que no se ha formado y no se esfuerza, si echan a alguien de su casa es porque se lo merece por vivir por encima de sus posibilidades, si pegan a alguien se lo ha ganado a pulso por ir a protestar, etc. Vamos canibalismo entre pobres para que los ricos sigan viviendo de lujo. Siempre es más fácil pegar a un igual que al poderoso, es más fácil no más justo.
Una vez aceptada que la culpa es de todos, aceptamos el castigo: me merezco lo que me pasa porque no me he portado bien, llegados a este punto la derrota es total y lo más fácil es caer en los brazos de los ansiolíticos, cuestión de supervivencia. Pues bien para intentar cambiar algo, o ni eso, para intentar defender nuestra dignidad como última trinchera de nuestra condición humana, nos debemos quitar de encima, pero ya, el complejo de culpa, y señalar con el dedo a los auténticos culpables de esta situación.
No le demos de lado a la autocrítica porque debemos seguir mejorando como personas, pero tampoco se fustiguen más, quiérase y quiérase mucho, porque ha quedado muy clarito que a ellos, a los poderosos, les importamos una mierda, y una cosa es que les importemos una mierda y otra muy distinta que nos hagan sentir como si lo fuéramos.
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