Dicen -y no se equivocan- que la sombra de las posguerras y de las dictaduras es (parafraseando a Delibes) alargada. Pero nunca apacible. Tú las viviste, aunque la primera de forma tardía. Y, hoy, te das cuenta de que tu generación sufrió, en carne viva, dos efectos demoledores de esas etapas históricas tristísimas: por una parte, la obsesión, casi enfermiza, por proporcionar a vuestros hijos todos aquellos bienes materiales de los que os visteis privados por mor a las penurias de un país en plena reconstrucción y, por otra, el temor (tras el hartazgo de tanta censura, de tanto control, de tanto corsé) a prohibir… Sin embargo, no caísteis en la cuenta de que (y en frase recogida de una conocida serie televisiva americana), probablemente por darles a vuestros hijos lo que no tuvisteis (cosas, comodidades), dejasteis de darles lo que sí tuvisteis (el tiempo que os dedicaron vuestros padres). Tiempo para decirles, por ejemplo, ahora, a vuestros hijos, sí, en torno a una mesa, que es mejor un amigo de carne y hueso, que uno virtual; que no hay que quemar etapas existenciales a destiempo, precipitadamente; que el sexo no es un juego; que no hay necesidad alguna de asistir a una escuela o instituto con un móvil de última generación, que estarán ahí bien atendidos; que el patio o el descanso en los centros se pensó para la interrelación personal y no para darle al dedo sobre un teclado en la soledad de un rincón o en compañía de algunos pocos colegas en un gueto virtual; que hay vida más allá de su "Iphone"; que se puede sobrevivir siete horas sin su artilugio adictivo…
Contigo mismo
La caricia
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