La carencia grave de la naturaleza del BCE es que su objetivo se limite y agote en el objetivo de evitar la inflación monetaria en la eurozona, a diferencia de la Reserva Federal de EEUU y del Banco de Japón, entre otros bancos centrales, que dan prioridad al impulso del crecimiento económico y a la ocupación conforme el paradigma de Keynes.Ante el "acoso y derribo" a que se ven sometidos los países mediterráneos por las medidas deflacionistas conviene recordar algunos extremos de la historia reciente.
Entre 2000 y 2008 el BCE mantuvo tipos de interés bajos (práctica de corte keynesiano) que pudo estimular en aquel entonces la recuperación económica de las dos Alemanias que se habían unido. Esta medida permitió que los bancos españoles obtuvieran de bancos extranjeros, alemanes entre otros, dinero a mansalva, que luego prestaban a los ciudadanos a un tipo de interés que resultaba negativo a causa de la posición inflacionista de la economía de España. Aquí los ciudadanos y empresas dispusieron de créditos; pero también todos los bancos y cajas "hicieron el agosto".
La cosa cambió con el estallido de la crisis inmobiliaria y financiera de EEUU por razones conocidas, ajenas completamente a la política de Rodríguez Zapatero. Entonces, de un día para otro, de pronto, los alemanes revivieron sensiblemente el recuerdo de los estragos inflacionistas en la Alemania de 1921/1922 y activaron su lucha sin paliativos contra los excesos malignos de la inflación existente en otros países como en España, olvidándose de que el problema financiero alemán después de la gran guerra apenas había durado un año gracias a la colaboración de los aliados con EEUU a la cabeza.
En definitiva, en 2008 los alemanes se habían recuperado de su crisis económica doméstica recurriendo al BCE con ayudas de tipo keynesiano y a partir de entonces comenzaron a exigirle irreversibles medidas monetarias restrictivas de carácter neoclásico conservador para los países periféricos de la eurozona, en aras de preservar el valor del euro y sus posiciones acreedoras imponiendo horizontes temporales draconianos a las amortizaciones, cifrándolas en el corto plazo. Entonces comenzó realmente la crisis financiera en España, seguida de impagos y desahucios a causa de los recortes abusivos "ad nauseam". En concreto, si esta fue la causa inmediata, la originaria fueron las carencias reguladoras del BCE y de su sucursal aquí, el Banco de España. Pero en lo referente a la economía real, los problemas vienen de mucho más atrás, donde aquí no entraré.
En 2008-2009 el BCE aumentó la oferta monetaria a niveles de 1998, aunque a finales de 2009 volverían a caer; pero al mismo tiempo redujo los préstamos al sector privado a niveles antes nunca conocidos, donde permanece. Todo lo contrario que hizo el Banco de Reserva Federal de EEUU con su base monetaria. La política del BCE, no sólo desatiende medidas de expansión económica, sino que también es errática. Sus economistas afloran una visión lineal de la economía que entiende la inversión como resultado de un ahorro previo y que la oferta monetaria siempre genera inflación, dado el sentido neutral que dan al dinero.
A día de hoy, la inflación está controlada en la eurozona, el BCE mantiene un bajo tipo de interés que beneficia muy especialmente a Alemania y aunque este estímulo inversor por vía exógena tiene carácter general de modo aparente, los países periféricos, como España, tienen por vía endógena, un alto tipo de interés motivado por la prima de riesgo que les bloquea el desarrollo del crédito doméstico y, por tanto, la recuperación económica; no obstante, sigue abortado el brote inflacionista en esos países, sometidos a una política deflacionista creciente, lo cual tranquiliza a los alemanes, siempre temerosos de una desestabilización monetaria. Son todo lindezas de ingeniería financiera, que además se esgrime el despilfarro de los ciudadanos como la principal causa del problema económico de la zona meridional.
Estas prácticas del BCE son contrarias a la doctrina de Keynes, quien argumenta que el ahorro resulta del incremento de la renta resultante de la innovación e inversión, siendo endógena la oferta monetaria y el tipo de interés exógeno.
Se ha criticado a los keynesianos que estaban demasiado predispuestos a aceptar una inflación lenta y continuada para estimular la economía. Así, los presupuestos del Estado son criticados cuando generan inflación al aumentarse los impuestos, al elevar los gastos sociales y al redistribuir la renta por medio de la política fiscal; o bien aceptemos que una previsible inflación persistente se hace peligrosa cuando los valores del Estado y de las empresas se colocan con mayor dificultad, subiendo los tipos de interés a niveles peligrosamente altos.
Con todo, el equilibrio interpretativo se halla en el realismo crítico de Keynes, que reconoce situaciones inflacionistas, evidentemente no deseadas, las cuales pueden superarse, aunque en ocasiones son un mal menor respecto a situaciones o medidas de carácter deflacionista. En último análisis, Keynes indica en su Teoría General que "la relación a largo plazo entre la renta nacional y la cantidad de dinero dependerá de las preferencias por la liquidez. Y la estabilidad o inestabilidad de los precios en periodos largos dependerá de la fuerza de la tendencia ascendente de la unidad de salarios (o, más exactamente, de la unidad de costos) comparada con la tasa de crecimiento de la eficacia del sistema productivo".
Se trata, interpretando a Keynes, de que el dinero esté al servicio de producción industrial, o bien de las actividades empresariales que generen rentas como resultado de innovación tecnológica y de la productividad inversora, donde el dinero entra en el sistema atraído por la creatividad de renta y de empleo. Después de los recientes acontecimientos acaecidos en Chipre y Portugal se hace cada vez más urgente un giro en la política económica de la Eurozona y particularmente en España.
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