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Ha resultado muy significativo que el Papa elegido el pasado día 13 de marzo escogiera para sí el nombre de Francisco en memoria del santo de Asís. Es la primera vez que un Pontífice de Roma haya escogido este nombre. Pocos han sido, por lo demás, los papas que llevaran como nombre suyo de bautismo el de Francisco. Podemos decir que el único que así se llamaba fue Francisco della Róvere, que era franciscano conventual y cuyo pontificado corresponde a los años 1471-1484. Otro se llamaba Francisco Javier Catiglione (Pío VIII 1829-1830). Algunos tenían un nombre compuesto, como Antonio Francisco Tedeschini (Pío III 1503) Juan Francisco Albani (Clemente XI 1700-1721) y Pedro Francisco Orsini (Benedicto XIII 1724-1730).

Lo que ha movido al actual Santo Padre a tomar ese nombre él mismo lo ha manifestado: "Pensé en San Francisco de Asís… el hombre de los pobres y de la paz". Las labores pastorales del P. Bergoglio, hoy Su Santidad el Papa Francisco, en lo que se ha dado en llamar "villa miseria" en, Buenos Aires, le vinculó sencilla y cordialmente con la realidad clamorosa de la pobreza. Todo ello, junto con otras razones, ha contribuido a que exclamara: "¡Cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres!".

"Repara mi casa que se está arruinando" había escuchado Francisco cuando estaba en oración ante una imagen de Cristo crucificado. De momento pensó que se trataba de reparar la capilla de San Damián en la que se hallaba, pero más tarde comprendería que el Señor le impulsaba a contribuir en una restauración de la Iglesia católica. El Señor hizo de él un ministro fiel en la obra de reparación de la que el pueblo cristiano estaba necesitado. No lo hizo, sin embargo, al modo como lo intentaban los herejes albigenses y otros movimientos pauperísticos, a base de alegatos y suscitando enfrentamientos, sino que lo hizo con sus luminosos ejemplos de vida, con su humildad sincera, y con una cordial adhesión al Papa y a la jerarquía eclesiástica. Así fue cómo él contribuyo muy eficazmente al florecimiento eclesial que se originó en la cristiandad durante el siglo XIII.
El franciscano Fray Jesús Sanz Montes, arzobispo de Oviedo, hace respecto de la figura de san Francisco estas certeras reflexiones: "El Poverello [o sea, el santo de Asís] -muy a su pesar- se ha prestado a veces, a más de una bandería utilizadora, queriendo encontrar en él al inspirador o al cómplice de los más diversos movimientos que recogen actualísimas preocupaciones. Con mucho gusto, estos colectivos visten a Francisco de verde ecologista, de blanco pacifista, de pana proletaria, de azul vaquero postmoderno, sin olvidar toda la gama de un incoloro tradicionalista… aunque sea hartamente complejo hacer firmar al Francisco histórico los puntos de partida y, sobre todo, las metas de llegada que muchas veces tales programas propugnan". Y con muy oportuna visión el mismo arzobispo añade: "Para el Papa Francisco, el santo de Asís es el que tiene estas referencias de un gran cristiano como el Poverello, hijo de Dios, hijo de la Iglesia e hijo de su tiempo. Tres filiaciones que deben acompañarnos en esta época apasionante, de mano de los santos, como con este gesto [de asumir su nombre] ha indicado el sucesor de Pedro" (Alfa y Omega, 21-III-2013).

San Buenaventura, maestro tan admirado por Benedicto XVI, en la vida de san Francisco por él escrita nos muestra de qué modo tan devoto y filial se vinculó con los papas de su tiempo. De Inocencio III, que aprobó la primera regla franciscana, dice aquel santo biógrafo: "Parecióle, en efecto, según refirió después, ver en sueños que la Basílica lateranense amenazaba ruina, y al propio tiempo vio a un hombre pobre, vil y despreciable que aplicando sus hombros la sustentaba para que no cayese" Hubo desde entonces entre el Pontífice y el santo de Asís un gran amor y una entrañable ternura. Honorio III confirmó solemnemente el modo de vivir de los primeros franciscanos y dice san Buenaventura que la inspiración que había recibido san Francisco quedó confirmada cuando, "pasados algunos días fueron impresas en su cuerpo por el dedo del mismo Dios las llagas de Jesucristo, cual si fuesen ellas una bula del Sumo Pontífice, Cristo Jesús, en confirmación absoluta de la Regla y recomendación eficaz de su autor…".

¡Quiera el Señor que la fe en la presencia de Cristo en medio de su Iglesia, y el espíritu de filial y acrisolada adhesión al Papa, marque a los fieles cristianos de hoy, tal como estas características estuvieron impresas en el alma y el cuerpo de san Francisco, al que el pueblo cristiano acostumbró aplicar el título de "Patriarca" por razón de su fe, semejante a la de Abraham, y por la difusión de su espíritu que ha vivificado intensamente a muchos hijos fieles de la Iglesia de Cristo!