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Ya lo decía el pasado año el que fuera Papa Benedicto XVI durante el tradicional Vía Crucis de Viernes Santo: "Las personas en este tiempo sufren, además de incomprensiones, la precariedad del trabajo y la crisis económica". Con palabras de aliento se dirigía a las familias. Una de las preocupaciones importantes de la Iglesia tiene que ver con la ocupación y el empleo como parte importante de la sociedad, pero las soluciones no son fáciles ni de aplicación inmediata. La Iglesia está viendo como la pobreza y el desempleo degrada poco a poco la dignidad del ser humano. Habría que impulsar de alguna manera un nuevo dinamismo laboral que nos comprometa a favor de un trabajo decente, un trabajo que haga que los trabajadores sean respetados evitando la discriminación. Ahora con la llegada de la "crisis" y el empeoramiento de las cosas para los trabajadores, existe escasa responsabilidad social de las empresas, una débil solidaridad social, diría yo, y muy escasas políticas de redistribución de los recursos sociales. Están triunfando las políticas individualistas del "yo primero" ,o del "sálvese quien pueda", en lugar de la búsqueda del bien común.

El otro día leyendo un artículo de la pastoral obrera subrayé una de sus frases: "Hoy la Iglesia debe favorecer y priorizar la evangelización de los jóvenes trabajadores, apoyando el empeño y el camino de los movimientos obreros". La Iglesia se está implicando de tal forma que son muchos los que se acercan para recibir la ayuda material necesaria para hacer frente a sus crisis personales. La última memoria de Caritas reveló que más de un millón de personas fueron atendidas por los programas de acogida y asistencia básica. Pero la crisis no está solo en lo material, desde la Iglesia se está viendo que la sociedad está perdiendo sus valores más esenciales. Resulta tremendamente fácil seguir echando sobre los demás la responsabilidad de las injusticias, si al mismo tiempo no aceptamos que en buena medida todos somos responsables de estas injusticias. La experiencia nos dice que toda crisis económica engendra ciertamente problemas económicos, sociales y aun políticos de difícil solución. Pero la realidad es que todos son verdaderos problemas humanos y morales, que afectan a personas concretas y que tienen nombre y apellidos. Alguien dijo ya hace muchos años: "Más llevadera es la labor cuando muchos comparten la fatiga".