Desde que Cronos arrojó los genitales de su padre Urano, que había cortado con una hoz, junto al mar de Chipre, una especie de maldición cayó sobre la isla, hoy dividida en una parte turca y otra griega. De la espuma que se formó nació Afrodita, pero esa es otra historia.
La última desgracia para los chipriotas fue atender a los cantos de Europa para entrar en la Unión y en el euro. Como muchas otras mujeres y hombres a lo largo de la historia, la bella Europa pegó el cambiazo después del matrimonio. De doncella, se presentó a sí misma como una joven próspera, respetable y legal y después de obtener el sí nupcial de Chipre, se ha vuelto pedigüeña y exigente hasta el punto de que quiere un porcentaje de las cuentas bancarias de los pobres chipriotas. Creyeron acostarse con Carla Bruni y al amanecer se encontraron en la cama con Merkel.
Los bancos chipriotas eran, con la permisividad de la UE un refugio para el blanqueo del dinero ruso, griego y, presumiblemente, de los amigos de Bárcenas, de manera que estos depósitos en manos de foráneos suponían el 40 por ciento del total. Cuando ese sistema bancario ha entrado en quiebra la solución de la quita que quiere imponer el club de satélites de Berlín podría perjudicar gravísimamente a los pequeños ahorradores.
Nunca debemos desatender las lecciones de la antigua sabiduría griega y una de ellas es que la hybris, la desmesura, es la falta más grave que podemos cometer.
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