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No, el barco no se ha hundido, es verdad, pero lleva años a la deriva rumbo a no llegar. No se ha hundido el barco, no, pero ya son demasiados los que han saltado por la borda, y sigue flotando pero nadie lo navega. Es un barco sin capitán, un capitán vestido de naufragio. Que ofrece auxilio con la boca mientras tapa a las que piden ayuda desde el agua, fuera del barco que los hunde, braceando para alcanzar subir de nuevo a la embarcación que remó su fracaso exigiéndole esfuerzo. Doce millones de brazos pidiendo socorro sin que ni les mire el rescate.

Doler sí duele, sí. Lo tocado que está el barco y ver cómo se hunde reflotando la corrupción y las miserias. Claro que duele, duele saber tantos nombres innombrables, ver que espían las trampas ajenas para mejorar las propias; duele saber a cada intento que el fallo es peor, ver que de cada error se exprimen nuevas ganancias; duele comprobar que la verdad no importa, ver tantas subvenciones a la mentira; duele saber que te gobiernan desde la sombra, ver a todas luces el engaño; duele saber que cada medida está hecha a su talla, ver que les viene grande la justicia. Duele ver al presidente de un país más preocupado porque no se derrumbe su partido que por tratar de no embestir a su nación contra la ruina.

Y mientras el barco no se hunda seguirá sujeto a la avaricia y a su marea y a un viento que sopla programado por una economía que cambia las reglas para asegurarse que el juego consista en que ganen siempre los mismos. Un viento feroz, rabioso, que no lleva sino que aparta, cada vez más lejos de la solución, empeorando por lo tanto el problema de seguir embarcados en una España tocada, en un barco reduciéndose a maderos, con un molinillo por timón y la quilla bien abierta, de tanto golpe sin sentido, de tanta razón replegando sus velas.

Duele pero no se hunde, dice el capitán, mientras procura ser el último en ahogarse. Que defiende que decide bien incluso cuando no lo hace. Un capitán que manda barrer desde su camarote la cubierta de gente que protesta por el frío de la intemperie. Un capitán con barba y solución de tres días, un capitán varado en la incapacidad, un capitán tocado y hundiendo. Sin norte ni alternativa.