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Quisiera ser como ese "político honrado" al que José Cabezas se refiere en su escrito publicado en el diario "Menorca" el pasado viernes 15 de febrero.

Nunca he trabajado en la política activa, ni he formado parte de ningún partido político; lo más cerca que he estado de un asociacionismo ha sido mi participación en la gran comunidad de vecinos del planeta Tierra.

Estoy totalmente de acuerdo con José Cabezas en que los que ocupamos puestos políticos en la actualidad, tenemos una gran responsabilidad añadida que es la de dignificar la imagen de una clase política que, en gran parte, es el producto de una sociedad.

Desde hace más de un año, desde el departamento de Bienestar Social y Juventud hemos invitado a todos los niños y jóvenes de los colegios e institutos de la isla, a que se acerquen a conocer "su casa", el Consell.

La experiencia para mí está siendo extraordinaria. Los chicos y chicas que se acercan vienen con una idea preconcebida de qué es la política y qué son los políticos.

Desgraciadamente en muchas de las jóvenes mentes se ha establecido la idea de político=corrupto, con lo cual la perspectiva del orden democrático está siendo talada con una irresponsabilidad inaudita.

Lo primero que les decimos, tanto el presidente como yo, que somos en este caso los "anfitriones" de la visita, es que el político es un servidor y, por lo tanto, un trabajador de la comunidad y para la comunidad.

No deja de sorprenderme como en ocasiones aseveran ideas preconcebidas legadas por sus mayores, al mismo tiempo que no saben qué es un partido político, cómo funciona el estado democrático, cuales son los órganos de gobierno o qué diferencia hay entre un ayuntamiento, el Consell y el Govern. Eso sí, la mayoría tiene claro que descargarse películas de internet gratis es "guay", que copiar en los exámenes es de listos y que lo mejor de la cultura no son los libros sino los juegos de las consolas.

Y les repito, y les reitero: "en vuestras manos está el mañana que será vuestro presente y el cimiento de vuestros hijos".

Hagamos todos, ¡todos!, una profunda reflexión, íntima y valiente, que nos permita aceptar qué parte del problema debemos de asumir.

¿Somos un país de "mediocres" como parece decir el gran Forges? Me permito transcribir esta magistral reflexión la cual se le atribuye a él:

"Quizá ha llegado la hora de aceptar que nuestra crisis es más que económica, va más allá de estos o aquellos políticos, de la codicia de los banqueros o la prima de riesgo. Asumir que nuestros problemas no se terminarán cambiando a un partido por otro, con otra batería de medidas urgentes o una huelga general. Reconocer que el principal problema de España no es Grecia, el euro o la señora Merkel. Admitir, para tratar de corregirlo, que nos hemos convertido en un país mediocre. Ningún país alcanza semejante condición de la noche a la mañana. Tampoco en tres o cuatro años. Es el resultado de una cadena que comienza en la escuela y termina en la clase dirigente. Hemos creado una cultura en la que los mediocres son los alumnos más populares en el colegio, los primeros en ser ascendidos en la oficina, los que más se hacen escuchar en los medios de comunicación y a los únicos que votamos en las elecciones, sin importar lo que hagan.

Porque son de los nuestros. Estamos tan acostumbrados a nuestra mediocridad que hemos terminado por aceptarla como el estado natural de las cosas. Sus excepciones, casi siempre reducidas al deporte, nos sirven para negar la evidencia.

Mediocre es un país donde sus habitantes pasan una media de 134 minutos al día frente a un televisor que muestra principalmente basura. Mediocre es un país que en toda la democracia no ha dado un presidente que hablara inglés o tuviera unos mínimos conocimientos sobre política internacional. Mediocre es el único país del mundo que, en su sectarismo rancio, ha conseguido dividir incluso a las asociaciones de víctimas del terrorismo. Mediocre es un país que ha reformado su sistema educativo tres veces en tres décadas hasta situar a sus estudiantes a la cola del mundo desarrollado. Mediocre es un país que no tiene una sola universidad entre las 150 mejores del mundo y fuerza a sus mejores investigadores a exiliarse para sobrevivir.

Mediocre es un país con una cuarta parte de su población en paro, que sin embargo, encuentra más motivos para indignarse cuando los guiñoles de un país vecino bromean sobre sus deportistas. Es mediocre un país donde la brillantez del otro provoca recelo, la creatividad es marginada -cuando no robada impunemente- y la independencia sancionada. Un país que ha hecho de la mediocridad la gran aspiración nacional, perseguida sin complejos por esos miles de jóvenes que buscan ocupar la próxima plaza en el concurso Gran Hermano, por políticos que insultan sin aportar una idea, por jefes que se rodean de mediocres para disimular su propia mediocridad y por estudiantes que ridiculizan al compañero que se esfuerza.

Mediocre es un país que ha permitido, fomentado y celebrado el triunfo de los mediocres, arrinconando la excelencia hasta dejarle dos opciones: marcharse o dejarse engullir por la imparable marea gris de la mediocridad".

Y todo esto para insistir en que no solo depende de los políticos regenerar la vida política, que en definitiva es regenerar la sociedad, "depende de todos y cada uno de nosotros".