El que esté libre de pecado que haga públicas sus cuentas. Ahora la última moda idiota, que se une a la del 'Gang Style' y la de llevar gafas sin cristal, es la de mostrar a bombo y platillo lo que ganas demostrando que eres inmune a toda la corrupción que te rodea. Pues como ando con miedito por si esta es la última columna que escribo y con lo de la lluvia de meteoritos que ha habido en los Urales, a lo película de ciencia ficción, haré un ejercicio de transparencia y publicaré a aquí mis ingresos por si a alguien se le ocurre acusarme de algo.
A los 12 años, mis padres me empezaron a dar una paga mensual de 1.000 pesetas. Sí, aquella moneda que imperaba antes de que alguien nos tomara el pelo con el euro. Ese dinero lo invertía a plazo fijo en ir a montar a caballo al picadero de Toni en Alaior, así como en chuches y en alguna sesión de cine. Repasándolo fríamente por entonces ya creo que vivía muy por encima de mis posibilidades.
La paga fue aumentando porque el nivel de vida lo exigía. No estaban al mismo precio las golosinas en Ca Na Maruja que en el bar del Instituto y con el desembarco del euro los precios se redondearon hacia donde menos me convenía. La bolsa de patatilla pasó de 25 pesetas a 25 céntimos de euro, el cine dejó de costar 500 pesetas (tres euros) para costar 5. Por poner dos ejemplos. La inflación me asfixiaba y los seis euros pasaron a ser semanales. Nunca vi con buenos ojos pasar de recibir 1.000 pesetas a seis míseros euros, estaba convencido de que salía perdiendo por algún lugar, porque sencillamente un número es mayor que otro.
Cuando me fui a estudiar, mis padres me pasaban unos 400 euros al mes para cubrir gastos. Por entonces mi patrimonio personal ascendía a un montón de experiencias vividas y unos ahorros aproximados de cero euros. Tampoco ahorré demasiado pululando por Barcelona porque ya se sabe que la buena vida es cara. Entonces volví a vivir por encima de mis posibilidades, sobre todo por las noches en fin de semana, lo que se subsanaba completando la dieta con 'arros bullit' de a un euro el kilo porque pedir un rescate al Fondo Internacional Monetario de papá y mamá era injustificable y requería pasar un interrogatorio que no llevaba a nada bueno.
Ahora que trabajo al amparo de un buen sueldo la vida se ve mejor. No gano al año lo que otros, pero me da para ir cubriendo los disgustos. Por encima de mis posibilidades, claro.
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