A veces es tan clara la derrota que uno tiene que decidir no ya cómo combatir sino más bien qué no está dispuesto a perder en la lucha. Y se ha de elegir, de entre lo que se tiene, qué ha de quedar cuando todo termine, cuando todas las batallas acaben con la guerra, el conflicto o el problema, escoger, como digo, qué cosas quedarán en pie, todavía, pase lo que pase, y dure lo que dure la tormenta. Trazar una línea roja por la que nada ocurra, tras la que nada cambie, establecer un límite irrenunciable, protegerlo, cercar la cordura, por si se perdiera la razón. Como ocurre de tanto en tanto pero demasiadas veces.
Porque uno puede ir restando de un todo sucesivamente partes, pero si no señala desde el principio dónde pararse, al final da cero, no queda nada. Ahora ocurre en muchos lugares, todo se quita, todo lo menguan, reduciendo las posibilidades, estrechando el futuro y la suerte. Cada vez más. Cada vez caben menos. No sé cuántas líneas rojas hemos atravesado ya, porque nadie ha pintado ninguna, porque nadie ha salido y ha señalado un límite, al contrario, señalan nuevas limitaciones, una tras otra, todos los días. Cuando todo tiende a menos lo coherente es establecer un tope para no quedarse sin nada. Pero tampoco nadie ha pintado una línea roja a la coherencia, no es raro que estemos ya del otro lado.
Cuántos hospitales se pueden cerrar y seguir hablando de Sanidad Pública, cuántos enfermos por médico aseguran un correcto tratamiento para cada uno, qué precio por medicamento convierte la enfermedad en hipoteca; cuántos derechos puede perder un trabajador sin parecer un esclavo, cuántas empresas pueden cerrar sólo porque no ganen más de la cuenta; qué precio por juicio hace impracticable la justicia, cuántos procesos por juez los convierte en ineficaces; cuántos colegios se pueden cerrar y hablar de futuro, cuántos niños por maestro y hablar de enseñanza, qué precio por libro y no hablar de negocio; cuántos desahucios por banco sin que pierdan crédito ni los concedan, cuántos directivos enriqueciéndose de volver insolventes a sus cajas. Y así, como estas, muchas otras preguntas, que desde hace años nadie responde, ni nadie atiende, pero la realidad las plantea sordamente atendida, y se sigue restando, sin sumar por otros lados, se va quitando del todo, una a una todas sus partes, hasta convertirlo en otra cosa, hasta dejarlo en nada.
Cuánto despropósito es posible acumular sin dejar de pensar que todo es sin querer. Cuántas líneas rojas nos hemos saltado ya, cuántas nos quedan todavía.
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