El distinguido polígrafo menorquín Josep Maria Quintana, el otro día en uno de los siempre interesantes artículos de una persona inteligente, puso en boca de Cervantes y otros autores de su época la palabra "las Españas" como si hubiera varias, y sí, hay varias: la España de los ricos (cada vez más), la España de los pobres (también cada vez más) la de charanga y pandereta y otras muchas que sería prolijo aquí citar.
Pero el señor Quintana se equivoca cuando cita a Cervantes. El Alcalaino, cuando habla de "las Españas" se refiere a una única España, la de los dos hemisferios, el peninsular y el americano, el Imperio en suma. A su favor (al del señor Quintana me refiero) diré, sin embargo, que los Borbones del XVIII nunca se atrevieron a llamarse "Reyes de España" en efecto: en los membretes de los reales decretos siempre se cita a los reyes de la siguiente manera, por ejemplo a Carlos III: "Don Carlos, por la Gracia de Dios, rey de Castilla, León, Aragón, etc."
Algunas veces solía terminar el largo párrafo de títulos reales, con el de "Señor de los condados de Sobrarbe y Ribagorza", esos territorios que siempre les tocaban en herencia a las hijas de los reyes de la Corona de Aragón. Algo así como si les pusiera una mercería para que no se aburrieran.
El regimiento de América
Precisamente en el escudo del regimiento de América, uno de los que participaron en la toma de Menorca en 1781, aparece este símbolo de las Españas: los dos hemisferios (véase la ilustración). El regimiento de América, sí, mandado por el revoltoso marqués de Peñafiel, un brigadier mozo de 27 años, Grande de España y enemigo acérrimo del duque de Crillón, al que había que mimar para que no se le revolviese en beneficio de la unidad de mando.
Por eso el regimiento de América siempre estuvo acuartelado en el cuartel de la Explanada de Mahón en vez de sufrir los rigores de la estación en el campamento de Sa Sínia des Muret. Dicen que el marqués, que se alojó en la casa de Olivar (antiguo cine Victoria) con mi señora la duquesa que era la de Benavente Osuna, rival de la de Alba, la segunda sensual y casquivana y la primera con fama de intelectual (en sus retratos aparece siempre con un libro en la mano). Tan rivales eran, que cuando una acudía a palacio a algún fasto no iba la otra.
Bueno, pues cuenta la leyenda que los nobles esposos entretenían sus ocios jugando a las carreras de pulgas en el balcón que da a Sa Raval. Luego, cuando mi señor el marqués acudía a la paralela a cumplir su servicio de general de día, mi señora la duquesa se entretenía en otros juegos con el teniente coronel del regimiento de su amado esposo. Eso que en la Francia galante se denominaba les liaisons dangereuses.
Cousas da vida.
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