En el mes de noviembre del presente año se ha cumplido el centenario del nacimiento del escritor francés de origen rumano Eugene Ionesco, creador del llamado teatro del absurdo, junto con el dramaturgo irlandés Samuel Becket. A mediados del pasado siglo triunfó en Europa esta tendencia, cuya base radica en el existencialismo literario. Quizás, por este motivo, no resulta fácil distinguir el teatro del absurdo del que sigue la tendencia existencialista. De hecho, durante un tiempo, la crítica especializada tuvo dificultad para diferenciar ambas corrientes dramáticas, hasta el punto de confundirlas, pues, como dice Albert Miralles: " una y otra son dos formas de respuesta, una inmediata y otra posterior, a la toma de conciencia del hombre frente a la angustiosa situación del caótico mundo en que vive". Según él, lo que las distingue son sus respectivas fórmulas. Así, los grandes representantes del teatro existencialista, Jean Paul Sartre y, sobre todo, Albert Camus, usan una forma tradicional, basada en el cuidado de la estructura y disposición escénica y en el recurso de la lógica para expresar lo absurdo. En cambio, los principales exponentes del teatro del absurdo presentan el absurdo de la existencia planteando situaciones ilógicas, acciones incoherentes, personajes vacíos, que utilizan un lenguaje absurdo:
frases sin sentido, monólogos incoherentes o diálogos que no sirven para comunicarse ni para explicar racionalmente el mundo. No en vano el teatro del absurdo intenta manifestar el problema de la incomunicación y la irracionalidad del hombre moderno. De este modo, los autores del teatro del absurdo procuran que se pierda el respeto al texto como elemento básico del hecho dramático y abren nuevas vías hacia otra dramaturgia más imaginativa y sensual.
Nos queda la palabra
Eugene Ionesco y el Teatro del Absurdo
23/12/12 0:00
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