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Son muchos los que creen que hoy se nos acaba el mundo y con ello la vida. Hoy diremos adiós a todo lo que conocemos. Adiós a los nuestros, familiares y amigos. Adiós a la naturaleza, al aire, a la tierra. Adiós a los pájaros y su canto, a las primaveras, a los veranitos con su calorcillo, sus cervecitas. A la sensación del sol cuando estamos tirados en la arena de la playa. Adiós a los buenos momentos, a las reuniones, a las comidas con los amigos. Diremos adiós a sentimientos únicos como son enamorarse, amarse, ver a los nuestros crecer.

Si así es, y hoy se va todo al traste, pensemos por un momento qué es lo que echaremos de menos, en el caso de que podamos tener la capacidad del recuerdo. Seguro que no reviviremos ningún mal momento, ningún mal recuerdo nos vendrá a la cabeza y, en todo caso, no será este el que nos haga vitorear: ¡por fin esto se acaba!

Nada puede hacernos rebelarnos contra la vida y, en general, vivimos sin apreciar cada uno de los momentos maravillosos que nos ofrece. La vida es un regalo, una maravilla, que aun sin saber por qué se nos da y por qué se nos quita, no queremos dejar de formar parte de ella.

Nuestra sociedad vive un momento difícil y duro de la historia del planeta, un momento donde más que nunca podremos constatar que lo más importante es estar vivos, es tener salud y contar con una familia y unos amigos que compartan con nosotros este viaje trepidante.

Curiosamente la felicidad de vivir se refleja mucho más en las caras y los gestos de aquellos que tienen poco, muy poco o nada. Viven para vivir, no viven para hacer o para tener, sino para ser.

Ser o tener, ahí radica la cuestión. Si hoy nos vamos ¿qué maleta nos llevamos? No podré meter mi anillo de compromiso, pero podré llevarme el amor de mi esposo, no podré llevarme mi casa, pero podré llevarme la felicidad de mi hogar, no podré llevarme a mis amigos, pero podré llevarme la amistad que me dieron, los momentos de risas y jolgorio.

No podré llevarme ningún instante de amor físico y placentero pero me llevaré el amor que me cobijó.

Ayer pensaba en hoy, 12 del 12 del 2012. Me levanté más temprano para contemplar la salida del sol porque quizá no la vuelva a ver nunca más. Me emocioné contemplando el nacimiento de un sol rojo entre los "ullastres" y por el oeste, unas nubes tan oscuras que permitían a un arco iris dibujarse en el cielo. Escuché con atención el cántico de las aves del campo, el kikiriki de los gallos caseros y el ladrido de los perros que desde cada punto cardinal marcaban el territorio cercano.

Un olor único: el del campo húmedo. Observé más que nunca los limoneros, me acerqué al "boer" donde mi burra del alma querida me recibía extrañada de la hora temprana de mi visita. Y mirándola a esos sus ojos grandes y tiernos le dije: "¿Sabes Lola? lo peor de que se acabe mañana el mundo es ser consciente hoy de haber vivido bajo el espejismo de dejar todo lo importante para mañana".