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Voy a permitirme el lujo, en estos días que nos separan de la Navidad, de convertirme en cazador, pero no en cazador de animales, de los del "pim, pam, pum" cuya práctica respeto, como todas, pero que no comparto. Seré cazador de sombras sin escopeta al hombro siendo mi única arma el teclado de mi ordenador y el escaparate de mis éxitos y fracasos, estas páginas. Y lo haré porque estoy notando que, cuando nos vamos acercando a estas emblemáticas fiestas llenas de calor familiar, cada año suele suceder, de entre los matorrales del libre pensamiento saltan a campo abierto determinados puntos de vista, respetables, pero que ni mucho menos acertados. Hay quienes opinan que deben eliminarse las luces navideñas, otros que no deben ser los comerciantes quienes corran con ese gasto sino los ayuntamientos, otros que los ayuntamientos deberían abstenerse de ese gasto y por ultimo, una vez pasadas las fiestas, otras voces, muchas veces las mismas que surgieron de esos matorrales, se quejan de lo "tristes y aburridas" que han estado nuestras calles y plazas por la escasa o nula iluminación. Ante este panorama, yo propondría una solución intermedia. Que quienes quieran y puedan, iluminen las ventanas de sus oficinas y casas. Unas simples tiras de bombillas multicolores colgadas tras los cristales romperían sombras y darían, sin lugar a dudas, el mensaje de luz que estas próximas fiestas se merecen. No solucionarían la crisis ni las penalidades que muchos padecen, es cierto, pero tampoco lo empeoraría porque la Navidad merece que la vivamos con las menos sombras posible.