Reanudamos nuestras colaboraciones literarias que, en esta temporada, vendrán motivadas por determinadas efemérides relacionadas con diversos autores de la literatura universal.
Nuestro primer artículo quiere ser un tributo de admiración al insigne poeta Antonio Machado (Sevilla, 1875- Colliure, 1939) con motivo de la conmemoración, en este año, del centenario de la publicación de una de las joyas de la lírica castellana contemporánea: Campos de Castilla (1912-1917) y, quizás, la obra más representativa de su personalidad y su poética. Adscrito a la Generación del 98, su trayectoria poética se inicia en pleno auge del Modernismo, claramente influenciada por la estética de Rubén Darío, a quien admiraba, aunque muy pronto se propuso una labor de depuración estilística que pretendía dotar al poema de una mayor sobriedad expresiva. "La poesía es el diálogo del hombre con su tiempo", afirmaba el poeta. En su ánimo pretendía captar la esencia de la realidad y su fluir temporal. Machado creía que la creación poética debía ser fruto de una honda palpitación espiritual. Inicialmente cultiva una lírica intimista, introspectiva en la que afloran sentimientos universales como son el fluir del tiempo, la muerte y Dios. En la búsqueda de una voz propia, Machado alcanza su propia identidad, inconfundible.
El encuentro con Soria, en 1907, con motivo de ocupar su plaza de profesor de Francés en el Instituto soriano propiciará una etapa fundamental en su vida. Allí conocerá a una jovencísima muchacha, Leonor Izquierdo, con quien se casará, muy enamorado. Pero lo que parecía el inicio de una vida feliz, pronto se tornaría en desgracia y tragedia. Dos años después, Leonor moriría, víctima de una cruel enfermedad, hecho que sumirá al poeta en una honda desesperación.
Campos de Castilla es una obra que reúne variados temas. Unos responden a una preocupación patriótica, regeneracionista, en los que ahonda en la crítica social: Castilla miserable, ayer dominadora,/ envuelta en sus andrajos, desprecia cuanto ignora(…). Hallamos poemas inolvidables como A orillas del Duero o Del mañana efímero, en el que proclama su fe en una nueva España implacable y redentora. Otros muestran paisajes y gentes de Soria, que sugieren agudas meditaciones sobre la dura realidad española. El paisaje aparece, a veces, captado objetivamente, pero, mayormente se percibe la total sintonía entre paisaje y alma. Machado proyecta sus propios sentimientos sobre aquellas tierras, dando lugar a bellísimos momentos líricos, llenos de emotividad. La sensibilidad del poeta andaluz conectó profundamente con el paisaje castellano: ¡Oh sí! Conmigo váis, campos de Soria(…)/ me habéis llegado al alma,/ ¿o acaso estabais en el fondo de ella?(…). Pero, quizás, los poemas más conmovedores son los referidos a la enfermedad y muerte de Leonor. Especialmente tiernos y delicados son A un olmo seco o A José Mª Palacio. Su pérdida supuso para el poeta un trance muy amargo que le obligó a dejar Soria y marchar a Baeza, donde confiesa: Por estos campos de la tierra mía,/ bordeados de olivares polvorientos,/ voy caminando solo,/triste, cansado, pensativo y viejo. Su poesía se torna más breve y sentenciosa, filosófica. Sus Proverbios y cantares son una buena muestra de ello.
Por razones de espacio, debemos acabar. Buen pretexto el de esta celebración para acercarnos a la lectura de la obra machadiana, que nos ofrece una lección de estética y de hombría, de coherencia, honestidad y autenticidad. Todo un ejemplo de fidelidad a sí mismo y a su pueblo. Tal como expresa en su Retrato, que abre el poemario: la muerte le sorprendió en el exilio ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar…
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