Escasea. Adquirirlo –y mantenerlo– no es fácil. Cuando se apodera de las palabras, las vivifica y su luz es otra. Puede que no contribuya a cambiar nada, pero todo lo mejora. Hace como más llevadero el pan duro o la aurora que hoy no se adivina. De su mano, las argumentaciones, aparentemente ligeras, penetran a mayor profundidad y se muestran persuasivas y convincentes. Con él, la vida, en ocasiones, desatenta, se hace más amable y el peso de los años o la juventud de los dolores, más llevaderos. Se da sin exigir nada a cambio. Resulta de balde. Lo echamos, recientemente, en falta… Los grandes discursos nacieron, en ocasiones, de quienes lo usaron con maestría, como el Chaplin metido a dictador imposible por redentor… Es el que tanto hiere a quienes tanto hieren… Duele a quienes no lo conocieron y, por no conocerlo, lo suplantaron por la miseria y, no contentos, se obstinaron luego en contagiárnosla. Nace en el rostro de la madre y en el de quien se echa su última siesta con una conciencia sin ecos ni remordimientos…
Dic el que pens... Pens el que dic
Dos cartas extraordinarias, de su mano
27/10/12 0:00
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