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Yo no sé si ser brujo es algo con lo que se nace o te haces. Si tuviera que elegir me quedaría con el 50 por ciento de cada, porque, llevarlo en la sangre, haberlo mamado ya es un buen comienzo, pero la práctica, el tesón acaba por perfeccionarte. No sé ustedes, pero yo, en el transcurso de mi vida, me he topado con mucho brujo y bruja, que de eso también ellas saben, y debo confesarles que hasta he envidiado el no poseer esas ocultas cualidades capaces de hacernos ver y sentir las cosas de forma diferente a lo que son en realidad. Desde el más humilde de los políticos hasta el más famoso maestro de la cocina nos enseñan cada día cómo hacer, qué dosis poner, cómo remover a la derecha o a la izquierda, si es preciso un buen pucherazo o el más sibarita de los bocados. Los brujos y sus aprendices, los de hoy en día, ya no viajan en escoba ni son portadores de varitas mágicas. Para sus vuelos van en confortables aeronaves y los toques de magia, de su magia transformadora, van en formato de decreto, que no siempre es el más acertado. Así como están las cosas, yo creo que ser brujo promete, es, lo que diríamos, una profesión con futuro, pero sean ustedes primero aprendices, no se lancen al abismo sin paracaídas y con escasas horas de vuelo. En la columna "Dicho queda" del pasado sábado mi cuñado, Lluís Hernández, se pregunta que "por qué desapareció la figura del aprendiz". Muy sencillo, antes, mucho antes, el aprendiz tenía afán de aprender porque su futuro sería montarse por su cuenta y normalmente desarrollando el mismo trabajo aprendido, vamos, creando competencia y pasando de ser un trabajador a un nuevo empresario. Hoy faltan horizontes y caminos claros que te lleven con ilusión hacia un futuro con ciertas garantías.