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La palabra "hucha", en los diccionarios, aparece vinculada a una alcancía de barro –o de otros materiales– con una sola hendidura, que sirve para guardar dinero. En otro significado, se la define como arca grande que tienen los labradores para guardar sus cosas. Del vecino país galo, entre otros beneficios, heredamos –además del vocablo expresado– al primer rey Borbón de la dinastía española, conocido con el sobrenombre de el Animoso; y la RAE, que se instauró, desde el procurado esplendor, con el no menos animoso afán aséptico de limpiar y fijar la Lengua. Hucha, probablemente por su citada etimología, fue término no recogido en el Tesoro de la Lengua Castellana o Española, que Sebastián de Covarrubias divulgó en el s. XVII. En síntesis, en dicho extenso catálogo, sus sinónimos más cercanos se encuentran posiblemente en la voz "alcancía", que se describe como "una olla cerrada que tiene tan solo una abertura por donde echan el dinero, y no puede salir si no es quebrándose"; y en "arca", conceptuada como "caja grande con cerradura que, al restringirla, se mantiene cerrada para los ladrones, pues, donde hallan el arca cerrada, no hacen presa…"

Como instrumento de culto al ahorro, la hucha pudo perder parte de su encanto, como legada pauta familiar que a la vez se constituía en estímulo, cuando ya no tuvo que ser troceada para obtener el fruto de la constancia y del esfuerzo. Así, al disponer de un resquicio accesible en su base, favoreció su fácil intervención –nada invasiva– y su disposición –más sigilosa, sin plazos que respetar– a voluntad y conveniencia; "tanta fuerza tiene la ocasión y tanta es nuestra fragilidad…", como bien resumió en nada confundidoras palabras el referido canónigo toledano. No ha de extrañar, por tanto, que dicho recipiente perdiera con el tiempo, además de su magia citada, parte de su objeto y de aquella previsora enseñanza que a nadie dañaba. Y esa hucha, que pudo desperdiciarse de forma paulatina por el camino idéntico en el cual probablemente se distrajeron una porción de aquellas indelebles ilusiones de la infancia, nos lleva a "otra" de acuciada actualidad. La que se creó en el año 2000, cumpliendo las recomendaciones del Pacto de Toledo que suscribieron todos los partidos. Ese Fondo de Reserva, en suma, tiene como objeto atender las necesidades futuras en el sistema de pensiones. Probablemente en intentada orientación, por parte del legislador social, para consolidar el camino que permita alcanzar uno de los anhelos más alentadores a los que pueda aspirar el trabajador: la jubilación digna.

Hace unos días la Agencia EFE nos informaba sobre dicha "alcancía" de reserva… Decía la nota de prensa: "El Gobierno, forzado a usar la hucha de la Seguridad Social (…), para cumplir una serie de necesidades de tesorería…". Además, dos escuetos mensajes lenitivos, igualmente aparecidos en el mentado comunicado, pulieron la noticia: Uno, en templado tono, referido a que el "rescate" de diez cifras… "solo suponía un porcentaje pequeño del excedente "; el otro, en preventiva actitud "penitencial", confesaba que… " sucedió por primera vez… "; en busca, acaso, de aquella "absolución" emanada de oficiosa cita ya perpetuada en nuestro refranero: "En arca abierta el justo peca…"

Hay muchas cosas que no se entienden, seguramente por fallo propio. También, desde esa reconocida carencia, podría convenirse que adaptar el sistema de pensiones a la actual situación del país se presume espinosa tarea –con menos cotizantes y expectativas poco alentadoras– para proveer con suficiencia la mencionada "reserva"; pues, probablemente se necesite de tiempo, estudio y acierto legislativo que, con soluciones de inyectada liquidez, puedan transmitir seguridad y sosiego. Viene a cuento recordar, pese a los cuatro siglos transcurridos desde que se publicó, aquella reflexiva advertencia, debida a Francisco de Quevedo, que todavía flamea al viento de la manifestada inquietud: "De do sacan y no pon, presto llegan al hondón…" , se lee en "La vida del Buscón…"