Dichoso aquel que recuerda a sus antepasados con agrado, que gustosamente habla de sus acciones y de su grandeza, y que se alegra viéndose al final de tan hermosa fila.
Johann Wolfgang von Goethe
Precioso a la vez que dignísimo poema de uno de mis preferidos, Goethe. Con el que D. Jaime Antón Viscosillas inició la semblanza biográfica del ilustre marino archidonés antepasado del autor.
Aprovechando que estas ultimas semanas, voy dedicando mis artículos al puerto de Mahón, he decidido con la autorización de mi director Josep Bagur dedicar varios "capítulos" a don Augusto, que tanto tuvo que ver con nuestra rada, dando trabajo a muchos padres de familia en unos momentos muy críticos para nuestra economía.
Don Augusto Miranda y Godoy (1855-1920) por su meritorio trabajo vale la pena contribuir a un mejor reconocimiento de su figura histórica, tan vinculada a la noble ciudad de Archidona, y en el caso que me ocupa el de nuestra ciudad.
Hace unos días el señor Antón Viscosillas junto Alejandro Anca Alamillo, han editado un libro titulado "El Almirante Don Augusto Miranda y Godoy (marino, gobernante, hombre de ciencia y senador del reino)".
Debo agradecer al señor Antón Viscosillas uno de mis lectores en Internet por seguir mis aportaciones sobre Menorca, y en esta ocasión por obsequiarme con tan magnifico trabajo que en su día realizó después de una profunda y exhaustiva investigación, mereciendo ser publicado su artículo en la revista de investigación histórica RAYYA, de la comarca nororiental de Málaga. (Ejemplar Nº. 7, año 2011 Archidona)
Infinidad de veces he escrito sobre Miranda. Es posible que siempre lo hiciera con torpes renglones de niña, la misma que todos los días por lo menos pasaba cuatro veces frente al monumento, a la ida y al regreso de la escuela. Se encontraba a dos minutos de mi hogar.
Aquella especie de cerco o balaustrada confeccionada a buen seguro por el señor Adrover de la calle de San Fernando de nuestra ciudad, como si pretendiera proteger al monumento o que el marino no se escapara. Así pensaba la niña.
Es probable que alguien me recrimine si digo que el recinto, era más bonito que el actual, así es. Una vez mas no comprendo el porqué se echó todo abajo.
Se destruyó el bancal de piedra de granito en tonalidades grisáceas, que ocupaba el frontal de la plaza, dando cabida a mucha gente, por una fría y antiestética barandilla de hierro en negro, lletgíssima. Aquel largo banco desde donde se contemplaba parte de nuestro puerto, frente a la obra maestra del almirante allí petrificado. Jamás tan bien dicho. Dando la espalda a su trabajo, algo que el pueblo jamás comprendió, se suponía debía estar girado hacia el norte.
En ambos lados varios bancos de jardín en madera con pie de forja. Asientos que no gozaban de muy buena fama. Decían las comadres que por las noches eran ocupados por soldats o mariners con sus novias.
En cada uno de los lados de lo que diría entrada, una farola, que apenas alumbraba. De regresar a casa entrada la noche, se comprobaba la escasa luz que daban aquellas bombillas de filamento.
La ciudad de Mahón, opino que aún hoy tiene difícil aceptar "es caparrot", como lo bautizaron los nativos de poniente. Al hacerse dicha escultura no se comprendió, primero que lo realizara un forastero, aquí en la Isla se encontraban personas muy cualificadas para hacer tal obra. Ya sé que el escultor Waldeman Feen s'alemany, disponía de unas credenciales esplendorosas, por sus trabajos en Alemania y Viena, donde también se localizan sus enormes cabezas.
No puedo ni debo olvidar los enormes árboles, que al ser tan anchos permitía esconder los pequeños cuerpos al jugar a quic amagar.
Con permiso de Vds. hago punto y aparte, para adentrarme en darles a conocer cuánto tuvo que ver Augusto Miranda, creador del arma submarina.
Siguiendo a Ramírez Gabarras ( en su obra "El Arma Submarina Española" editada por la E.N. Bazán, 1983) cabe afirmar con total rotundidad que al almirante don Augusto Miranda y Godoy se le debe el hecho de que España incorporase los submarinos a su renaciente flota; es decir, que naciera aquí su Arma Submarina a semejanza de las que ya existían en las principales armadas del mundo. Mandando construir nada menos que 28 unidades.
Con el deseo de incorporar cuanto antes los submarinos nuestra Armada, sin esperar al previsible prolongamiento de los plazos de construcciones, el almirante introdujo un artículo adicional al texto de la Ley de 17 de febrero de 1915.
El Isaac Peral, que recibió este nombre en honor del insigne marino-inventor fue adquirido a la empresa Electric Boat Co de los Estados Unidos. Botado el 22 de Julio de 1916 y que se entregó en enero de 1917, fue el primer submarino español efectivo y con él también entraron en servicio los primeros motores Diesel, a flote, de la Armada. Su primer comandante fue el capitán de corbeta Fernando de Carranza y Reguera, quien marchó a los EEUU (Astilleros Quince, Massachussets) con el núcleo de la dotación para adquirir los conocimientos necesarios para el manejo del buque.
Los otros tres restantes, fueron adquiridos a la Marina italiana pertenecientes a una serie de 24 submarinos costeros que estaban construyendo en los astilleros Fiat-San Giorgio, de la Spezia. El ministro Augusto Miranda pudo conseguir, hacia mediados de 1916, la cesión de los tres últimos buques de esta serie, ya en estado avanzado, que recibieron que recibieron los numerales " A 1", "A 2" y "A 3". Nombró comandantes al capitán de corbeta Mateo García de los Reyes, para el A 1, y jefe de la escuadrilla; y a los tenientes de navío José Cantillo y Eduardo Garcia Ramírez, para los A 2 y A 3, respectivamente. Todos ellos, también con los correspondientes núcleos de dotación viajaron a la Spezia en julio de 1916 para adquirir la aptitud de submarinos.
Por real orden de 17 de junio de ese año se asigno los nombres de Narciso Monturiol y Cosme García ( en honor a los ilustres precursores de la navegación submarina) A los A 1 y A 2, después de sus botaduras. El A3 nunca llegó a tener nombre. Fueron entregados a la Armada en agosto de 1917. Diseñados por el eminente ingeniero naval Cesare Laurenti, señala Manuel Ramírez Gabarras, en su magnífico libro "El Arma Submarina española", como unidades de guerra tenían posiblemente bastantes limitaciones, dado su reducido desplazamiento de 265 toneladas en superficie y solo dos tubos lanzatorpederos; pero para ser utilizados como buques-escuela se prestaban admirablemente. Y esto era lo que necesitaba la Marina española en aquellos momentos en que se intentaba crear un arma submarina.
Desde el principio, se eligió el apostadero de Cartagena para la ubicación de la B de Submarinos que, por, Real orden de 11 de octubre de 1918, pasó a denominarse Estación de Submarinos. Todos los servicios de la Base y escuela de submarinos, esta última creada también en cumplimiento de la Ley Miranda, que ya preveía la creación de una escuela para la instrucción y adriestamiento de las futuras dotaciones de submarinos, asi como el cuartel y alojamiento de marinería, se instalaron en la antigua sede del tinglado para maestranza y en la sala de gálibos del Arsenal, sólido edificio terminado de construir en 1755. Por real Decreto de 19 de julio de 1915 se regularon los emolumentos del personal destinado en submarinos, y en 28 de diciembre de 1916 se promulgó una ley sobre accidentes de los mismos.
Los demás submarinos se construyeron en España, que fueron los de la serie B tipo Holland ( del B1 al B6) y los correspondientes a la serie C ( del C1 al C6 ); todos ellos en Cartagena a lo largo de los años veinte. Junto a los cuatro adquiridos en el extranjero, fueron en total 16 unidades.
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