En esta época del año, resulta agradable, pasar una hora sentado en cualquiera de las terrazas, en mi caso, las que están instaladas en las calles peatonales que salen de la madrileña Puerta del Sol. Esta plaza, lo mismo da para un roto que para un descosido: los descontentos del 15M, las campanadas del Año Nuevo o la Procesión del Cristo de Medinaceli.
El otro día me senté en una de esas terrazas en cuyo bar a la que pertenece, sirven para mi gusto, las mejores ostras de Madrid: pequeñas, vivas y servidas sobre hielo picado y una rodaja de limón, con las que suelo cumplir pidiendo una docena, y a veces, según de donde venga el viento (léase cartera) pido dos, una copa de un ribeiro bien frío y servido en taza de loza.
A las nueve de la mañana, Madrid entra en ebullición. Se despereza, abriendo ya algunos de sus comercios, otros esperarán a que les den las diez. Hay un ir y venir de gentes que van a su trabajo o a sus cuidados; algún noctámbulo de la noche regresa clandestino a su guarida. El mujerío que trabaja en tiendas de moda o en grandes galerías o superficies, van repeinadas, vestidas a la última. Alguna tan bien maquillada que parece que vaya a ser la protagonista de una portada de una revista del "coti". En esta época, o por que han estado en la playa o en la piscina ligando bronce, lucen una piel canela esplendorosa, bonita y tentadora, y tan atractiva, que se convierten en un escaparate en movimiento de la belleza.
Pasa una pareja de octogenarios, muy bien vestidos. Él se toca con un sombrero panameño y presume de un bastón de colección que le da un toque de un tiempo que se nos fue sin querer que se nos fuera. Ella con su pelo más blanco que gris, recogido en un moño sobre la nuca, lleva un chal terciado sobre el hombro derecho; pantalón algo más acentuado que marfil y una camisa blanca con puños vueltos.
Un camarero de piel cetrina limpia las mesas con un trapo y un barreño de plástico con agua jabonosa.
Un gorrión (pardal) descarado se posa sobre mi mesa, tiene aprendido cómo pedir un trocito de la madalena que estoy mojando en el café. Pasa un cura con sotana camino de su misa de las 9:30. Un repartidor va echando el bofe, haciendo rodar esos pesados barriles de cerveza que está introduciendo en un bar.
Me gusta a esas horas en las que aún está todo por hacer, sentarme a ver desperezarse una ciudad como Madrid. Una ciudad que nunca ha dejado de sorprenderme.
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