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No te lo creerás, amigo lector, pero los españoles no somos peores que los americanos en todo. Hace unas semanas explicaba una cómica situación en la que narraba cómo afrontaban unos y otros la misma escena para salvar al mundo. Hoy romperé una lanza por los compatriotas. Empecemos por los yankees.

Momento de climax. En la enésima batalla entre el bien y el mal, las fuerzas malvadas han triunfado y han capturado al guapo protagonista del rescate. Se llama Will y es adorablemente mono pero eso aquí y ahora de poco le sirve. Los hombres del Capitán Morris, el tipo chungo del film, capturaron a Will cuando estaba desarticulando una red de cocaína en el barrio bajo de Nueva York. Ahora le tienen maniatado y semiinconsciente. El Capitán Morris apunta con su pistola a la cabeza del bueno y parece que su muerte es inminente. Es lo lógico, si tú intentas montar tus negocios y alguien te lo estropea te lo cargas, ¿no?

Bien, pistola en la sien derecha de Will, cuya respiración se entrecorta al sentir el frío acero del arma. En el ambiente un ligero rastro de pólvora revela que hace poco alguien ha disparado. Los latidos del protagonista se aceleran, Morris arma el percutor, se dispone a disparar y... Suelta un estúpido monólogo tal que así: "¿Pensabas que no me saldría con la mía, guaperas? Debes saber que el mal siempre triunfa sobre el bien. Y no solo eso -en este punto el malo piensa que es buena idea revelarle al bueno sus planes inmediatos- después de acabar contigo me adueñaré de todo el barrio y en breve la distribución de cocaína en la Gran Manzana será mía". (Pausa para respirar y soltar una risa malévola).

Entonces, sin venir a cuento, le explica cualquier chorrada, en lugar de matarlo, y no se sabe muy bien cómo pero el guaperas se suelta las cuerdas, le hace una llave de judo y lo desnuca: "Te equivocas, el bien siempre triunfa", dice Will, escupiendo al cadáver.

España. Uno de los capos de los clanes más importantes del conflictivo barrio de las Tres mil viviendas, en Sevilla, acaba de capturar al súper agente López. Le sueltan una manta de palos que lo dejan flirteando entre la vida y la muerte. Coge una pistola, se la coloca en la sien, toma aire para soltarle un discurso malévolo al bueno de la película, como haría su homólogo americano, pero lo piensa mejor y dispara. Sesos espachurrados por todo. Ha visto muchas películas y sabe que si te enredas lo puedes pagar caro.

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dgelabertpetrus@gmail.com