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En el centro de Maó se ha producido, con los primeros calores, una eclosión de heladerías. En no mucho más de 200 metros han abierto tres establecimientos dedicados al refrescante alimento, que se suman a otras tantas existentes en esta misma zona. La duda asalta enseguida: "¿Habrá tanto goloso para tanto helado?" No es nuevo el interrogante. No pocos se lo han planteado también con motivo de la reciente apertura de nuevas grandes superficies. El florecimiento de negocios debe analizarse desde todos los puntos de vista como una buena noticia. Más oferta, más competencia, más empleos... El mercado y la pericia de cada establecimiento, con algunas dosis de fortuna, darán a cada uno el destino que le corresponda. En pleno auge empalagoso y estéril de conferencias oportunistas sobre alegres optimismos en tiempos de crisis, debo asegurar y aseguro que me sube mucho más la moral ver que queda gente con ansias de iniciar nuevos proyectos, de ser valiente y ponerse detrás de un congelador a servir cucuruchos. Porque las palabras son palabras, y a uno le es más fácil ponerle buena cara a un buen helado de chocolate servido por un animoso empresario que a una tío que da la brasa con topicazos de gerundio británico o a un señor que pide compromiso y trabajo entusiasta en equipo mientras empeora las condiciones de trabajo de su plantilla o le enseña la puerta de salida a un compañero.